martes, 12 de marzo de 2013

El por qué nunca estamos satisfechos

Quiero más
Esto es lo que nos impulsa a la mayoría de los seres humanos. Queremos más tiempo, más dinero, más cosas, más reconocimiento. Queremos cosas más nuevas, cosas mejores, y cosas diferentes. Más es el credo de nuestra época, el clamor de nuestros corazones y, aunque la mayoría de nosotros somos demasiado educados para decirlo sin rodeos, esto es lo que sentimos, pensamos y ansiamos. Quiero más que esto.
Muchos de nosotros somos apenas una versión en pequeña escala del antiguo rey Salomón en lo referente a los desenfrenados excesos que él describe en Eclesiastés: corrió tras más, y más, y más- para encontrar menos, menos, y menos. Finalmente, después de acceder a todos sus caprichos y acabar con las manos vacías, descubrimos, como él, una verdad sorprendente: que puedo estar contento con lo que ya tengo.
Ojalá hubiéramos empezado por allí. Una vez dicho esto, quiero decirle algo que le va a sorprender: usted debe desear más. No debe estar satisfecho con lo que tiene frente a usted. Esa, también, es una receta para marchitar el alma.


La paradoja
El problema no está en querer más. Es que, por lo general, deseamos las cosas que no satisfacen y, al mismo tiempo, somos muy exigentes con las que sí satisfacen. Quizás el Sermón de la Montaña lo dice mejor. Allí, en un breve discurso sobre el codiciar las riquezas materiales, el Señor Jesús advierte en cuanto a lo destructivo que puede ser el deseo que querer tener más. “Si la luz que hay en tí es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad! (Mateo 6, 23). Sin embargo, inicia el sermón de esta manera: “Dichosos los que tienen hambre y sed...” (5, 6). Benditos sois si queréis más.
Querer más no es el problema. El truco es querer más y querer menos al mismo tiempo. Es querer más de Dios, de su reino, de su justicia, pero menos de la acumulación de riquezas materiales. El truco está en saber cuál es cuál. Pero, aunque sepamos la distinción, hay que hacer una diferencia aún más profunda.


Usted ya tiene todo lo que necesita
En los dos primeros versículos de su segunda carta a la iglesia primitiva, el apóstol san Pedro comienza a desenterrar una mina de oro al arrojar una luz sobre un tremendo secreto acerca de nuestras vidas, y de Dios. “Su divino poder...nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda” (2 Pedro 1, 3). Primero que nada: usted ya tiene suficiente, ¡todo lo que necesita!.
Pero san Pedro dice después: “Esforzáos por añadir a vuestra fe...” y luego hace una lista de siete virtudes: bondad, entendimiento, dominio propio, constancia, devoción a Dios, afecto fraternal, y amor...en abundancia (versículos 5-8). En otras palabras, usted necesita más. Pero, ¿por qué debe usted querer más de algo, si Dios le ha dado ya todo lo que necesita?.


Usted necesita más
Esto desconcierta superficialmente, pero se resuelve con facilidad al profundizar. Muchas veces tenemos todo lo que necesitamos, pero no nos beneficiamos plenamente de esas cosas porque no hacemos nada con ellas, ya sea por pereza, ignorancia, o nuestra negativa a hacerlo.
Conozco a un hombre que tiene todo lo que necesita para construir una casa: las herramientas, los materiales, los planos, los permisos, el tiempo y la habilidad. Pero la casa está a medio hacer y arruinándose, y su familia vive literalmente en una pocilga porque él utiliza sus energías en otras cosas.
San Pedro nos advierte que, a menos que poseamos estas virtudes en una medida cada vez mayor (más, y más, y más), tendremos cada vez menos y menos de la vida de Dios. En otras palabras, usted prosperará si se aferra a ellas, y se debilitará si no lo hace. Poséalas en una medida cada vez mayor, y la vida de Cristo podrá fluir sin obstáculos a través de usted. Pero no las procure, y acabará como ese viejo personaje de los dibujos animados, Mister Magoo, “míope y ciego”, distraído, desviándose en todas las direcciones, y causando estragos, inconsciente de lo que está haciendo. Todo eso, y aún algo peor: usted olvidará que ha sido perdonado, “habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”, y vivirá como si no lo ha sido. Una vida así es trágica, se mire como se mire.
Hasta que tomé esto en serio, no se me había ocurrido que los períodos en que me sentia estancado se debían a una virtud mal alimentada. Pensaba que la causa principal era otra: las tretas del enemigo de las almas, las presiones de la vida. Pensaba que la razón de mi estancamiento era culpa de algo o de alguien más. “Si solo...” se convirtió en mi frase favorita: Si solo tuviera la ayuda de alguien. Si solo tuviera más tiempo o más dinero, entonces podría avanzar.
Quedarse estancado no tiene nada que ver lo anterior. Casi siempre, tiene que ver conmigo. San Pedro me ayudó a entenderlo. Todo lo que necesitamos para la vida y para la devoción a Dios ha sido puesto a mi disposición completamente. Solamente se necesita cierto ensamblaje, un poco de acción. Ahora tengo que hacer todo lo posible para alcanzar lo que ya poseo, o mejor dicho, para disfrutar lo que ya tengo. Un coche que no es conducido, no va a ninguna parte. Un dólar que nunca se gasta, no compra nada. Y un “te amo” que nunca se dice, no enamora a nadie. Puedo ganar todo el mundo entero, y también el cielo, y perderlos si no los uso. Puedo dejar que una provisión sobrenatural, como el maná, se pudra por amontonarla.
San Pedro nos ha recordado que algo extremadamente bueno, más allá de lo que pedimos o entendemos, ha entrado en nuestras vidas por medio de Cristo. Él no nos ha negado nada. Pero, para saborear la plenitud de este regalo, usted debe aceptarlo con pasión, determinación y disciplina. Tiene que hacerse presente, buscarlo, escarbar, alargar el brazo, llegar y luchar. Tiene que lanzarse de cabeza y meterse con denuedo en la pelea. No descanse hasta que lo tenga. Haga que todo esto valga.


Las matemáticas de San Pedro
Hay un cálculo extraño en las siete virtudes de San Pedro. Él comienza de manera bastante sencilla, empleando principios básicos de aritmética: añadan esto o aquello, dice.
Tomen esta cosa, y únanla a la siguiente, y luego otra. Repitan el proceso desde el comienzo. Todo esto tiene la sencillez de la escuela primaria. Pero los resultados son sensacionales. Esta aritmética básica resulta en un crecimiento geométrico, exponencial: la simple suma se convierte en algún momento en una multiplicación desbordada. Junte las virtudes corrientes con un poco de bondad y dominio propio, añada una pizca de devoción a Dios, repita y repita, y un día la combinación se disparará hasta las nubes. Descubrirá que se encuentra parecido a Cristo en actitud y fortaleza, sólo por haber añadido cosas.
Pero aquí está lo hermoso: cada una de estas virtudes es sumamente evidente en Jesús. Y el verdadero esfuerzo que usted tiene que hacer (sin el cual todos nuestros esfuerzos están condenados a la ruina) es buscarlo a Él, aquí, ahora, a tiempo y fuera de tiempo. Adórelo. Aprenda de Él. Ámelo. Permanezca en Él.
Dios ya le ha colmado a usted de todo lo que necesitará para la vida con la que ha soñado, una vida en la que tiene, abundantemente, la bondad que le permitirá sobreponerse a un agravio; el conocimiento que le hará sumamente productivo y efectivo; el dominio propio que le dará el poder para sustituir la ira, las pasiones y la envidia, por la paz, el amor y la bondad. Todas estas cosas ya florecen y están a su alcance, lo suficientemente cerca de usted para que las coseche en abundancia, en “medida buena, apretada, sacudida y desbordante en vuestro regazo” (Lucas 6, 38).
¿Qué más pudiera pedir?....

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