jueves, 18 de abril de 2013

Su bendición. De qué modo los celos nos roban la alegría

Me permito recrear una historia de dos personajes ficticios para poder llegar a desarrollar el tema que he escogido en esta reflexión. Cualquier parecido en la vida real es pura coincidencia.
Alicia no podía creer lo que estaba viendo desde su asiento. ¿Era realmente Susana?. Hace algunos años, cuando volvió para visitar a sus parientes, decidió visitar la iglesia en la que creció....en el lado del coro estaba su amiga de la infancia dirigiendo los cantos litúrgicos delante de los asistentes a la Divina Liturgia dominical. ¿Cómo llegó allí?.
Susana y Alicia eran parte del grupo de jóvenes, que se reunían dos veces a la semana en la iglesia para los ensayos de los cantos del coro y los cursos catequéticos que recibían. En ese entonces, Susana soñaba con dirigir el coro de la iglesia y lanzar sus discos  a la venta. Mientras Alicia la veía cantar, era obvio que Dios la estaba usando para hacer ambas cosas.
Una parte de Alicia quería celebrar y alabar a Dios por permitirle a Susana cumplir sus sueños, pero la otra parte estaba menos alegre...se preguntaba a menudo: “¿Por qué yo no?”.
Dios estaba usando a Alicia en su trabajo y en su ministerio, pero ella quería ser parte  de esa clase de bendición que gozaba Susana. La lucha de ambos sentimientos la halaba y le desgarraba. Como hermana, en la fe, de Susana, ella sabía que debía estar alegre porque Dios estaba usando a su amiga, y además felíz de ver la mano de Dios trabajando en su vida...pero no era así.
No quería parecer “poco espiritual”, así que fingió estar felíz por ella, halagando su actuación delante de su esposo. Pero por dentro, los celos le consumían como un veneno, llegándole al corazón. Se esforzaba alabándola con una sonrisa falsa y con la esperanza de que eso neutralizaba sus sentimientos. Quizás si aparentase bastante, ella podría sentirse felíz por su amiga.
Pero, cuanto más alarde hacía de ella a su marido, más pensaba en el asunto. Y cuanto más lo pensaba, más le carcomía. ¿Qué estaba pasando?. Los celos estaban acabando con su alegría.
 
LOS CELOS ANSÍAN EL ESTATUS
Alicia no estaba celosa de las cosas de Susana -de su ropa, de su casa, ni de su talento-. Su batalla no era el deseo de estar en el escenario dirigiendo el coro. Era su bendición lo que ella quería.
Estaba viviendo una versión moderna de Jacobo y Esaú. Dios había bendecido a su hermana en la fe con un ministerio increíble, y ella lo deseaba. Quería ser la escogida por Dios. Ansiaba tener un llamamiento sensacional que llenase todas sus especificaciones. ¿Por qué Dios estaba satisfaciendo las peticiones de Susana, y no las de Alicia?.
Después de la celebración de la Divina Liturgia ese domingo, Alicia habló con Susana. Mientras conversaban y se ponían mutuamente al día, ella tuvo la tentación de exagerar lo que estaba pasando en su vida y en su ministerio. Sintió la necesidad de “aventajarla” para que supiera que ella también estaba haciendo algo especial.
Los celos buscan  con frecuencia la satisfacción propia. Y al hacerlo, alguien es disminuido. Juan el Bautista es un ejemplo de cómo responder a esta tentación. Su ministerio fue preparar el terreno para Cristo. Durante un tiempo atrajo las más grandes multitudes. Sin embargo, cuando Jesús comenzó su ministerio, la vida cambió para Juan y sus discípulos.
En Juan 3:26, los discípulos de Juan expresaron su preocupación por la manera en que había disminuido el aprecio que las personas tenían por él. Estaban molestos porque la gente prefería ser bautizada por el Señor Jesús, en vez de Juan.
El fiel discípulo podía haber luchado por la popularidad para no ser desplazado. Pudo haber gritado más fuerte o ayunado, para captar más atención, Pero comprendió su verdadero propósito. Su tarea era preparar el terreno para el Mesías. Él no era el Mesías, y supo cuándo fue el momento de dar un paso atrás. Por eso respondió a sus discípulos: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3, 30).
Un corazón codicioso anhela tener estatus y lucha por mantenerlo. El corazón de Juan estaba consagrado a engrandecer a Dios, no a sí mismo. Por tanto, cuando llegó el momento de retirarse, pudo hacerlo humildemente.
 
LOS CELOS DISTORSIONAN LA REALIDAD
Mientras Susana dirigía el coro, Alicia disfrutaba de la música, y cantaba. Sin embargo, sólo lo hacía mecánicamente. En vez de enfocarse en Dios y en su grandeza, su atención estaba puesta en Susana y en su éxito.
Pensó en su crianza, en su educación y en el apoyo que había tenido. Eso enfurecía a Alicia. Era como si a Susana todo le hubiera sido dado sin dificultad, mientras que Alicia tuvo que trabajar y esperar.
Estos pensamientos en ella crecían como una bola de nieve y, antes de darse cuenta, ella era una víctima de la circunstancia o al menos de cómo ella la percibía. En realidad, nada de esto era cierto. Susana había trabajado duro y dado su talento por entero al Señor...por tanto, Él podía usarla.
El santo apóstol Santiago nos advierte: “Pero si tenéis celos, amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3, 14-15).
Esta supuesta “sabiduría” de ser víctima no procede de Dios. El enemigo utiliza esta táctica sutil para incitarnos a cambiar nuestro enfoque del Señor a nosotros mismos. Los celos distorsionan nuestra visión, impidiéndonos ver la verdad. Pero cuando somos lo suficientemente sinceros como para enfocarnos en Dios, vemos claramente las numerosas maneras como el Señor nos ha bendecido y usado.
 
LOS CELOS ROBAN LA ALEGRÍA
Lo irónico de esta historia es que, en el momento en que ocurrió, el esposo de Alicia y ella trabajaban en la pastoral de su iglesia. Una de sus mayores alegrías era ver a otros acercarse a buscar de Jesús y comenzar a servir en la comunidad. Esto es lo que hacía Susana, pero a Alicia le desconcertaba el hecho de ver que el ministerio de la música que ejercía Susana le provocase celos en vez de alegría.
Los celos son unos intrusos que pueden comenzar como un pensamiento repentino y, en cuestión de minutos, extenderse, infectando el corazón y la mente. Si los detenemos antes de que se instalen en nosotros, podremos ganar la batalla. En caso contrario, desalojar a este inútil intruso será muy difícil. Alicia lo sabía por experiencia. En vez de alegrarse por el éxito de su amiga, abrigaba sentimientos de envidia que crecían dentro de ella. Fueron necesarios varios días para vencer lo que había tomado sólo un momento comenzar.
Proverbios 14, 30 advierte: “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. Infelizmente, no se necesita mucho tiempo para que la “podredumbre” comience.
Para derrotar al monstruo de la envidia, tenemos que ponernos a la ofensiva y tener pensamientos positivos y dignos de alabanza. Filipenses 4, 8 nos alienta con estas palabras: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. La receta del santo apóstol Pablo es el antídoto perfecto.

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