En
las páginas del Evangelio escrito por el santo apóstol y teólogo Juan, uno de
los personajes que me llama poderosamente la atención es Nicodemo (Juan
3,1-16). Nicodemo parecía ser un hombre que tenía el cielo asegurado. Era un
fariseo que obedecía escrupulosamente la Ley de Dios, un maestro de la nación
de Israel y un hombre recto y virtuoso. Esperaba sin reservas estar en el reino
de Dios, pero Jesús le dijo que todos sus esfuerzos eran en vano. ¿Se imagina
usted su asombro al escucharle decir eso a Jesús?.
Muchas
personas tratan de utilizar la misma inútil táctica. Piensan así: Si agrego
bastante obras buenas a mi vida, y elimino bastante malas prácticas, entonces
seré aceptado por Dios. Pero esto no funcionará para usted, como no
funcionó para Nicodemo, porque la raíz del problema sigue siendo la misma.
Todos
nacemos siendo pecadores, sin la capacidad de tener comunión con el Señor,
porque aunque físicamente tenemos vida cuando nacemos, estamos muertos
espiritualmente. Nada de lo que hagamos podrá darnos vida para con Dios. Jesús
le dijo a Nicodemo que la única solución para su dilema era volver a nacer, es
decir, tener una transformación en el espíritu. Y esa transformación es el
resultado del reconocimiento de su situación de pecado y la voluntad de limpiarlos
por medio de las aguas del santo bautismo, llegando así a empezar una nueva
vida en Cristo.
La
humanidad caída necesita un nuevo nacimiento, que comunique vida a su espíritu
muerto. Puesto que la separación de Dios comenzó con el pecado, Jesús dio la
solución al pagar la deuda del pecado (Rom. 6,23) y dar vida eterna a quienes
confían en Él. El Espíritu Santo viene a vivir dentro de cada creyente y le da
una nueva vida, de modo que todas las barreras que le separan del Señor son
quitadas.
Cuando
uno es adulto y ya ha sido bautizado desde niño, existe un medio por el cual
volvemos a ser restaurados a la comunión con nuestro Padre celestial previo
análisis de conciencia: el sacramento de la confesión, que rompe las ataduras
del pecado y nos devuelve la gracia perdida. En el caso de ser adulto y no
estar bautizado, entonces con cuánta mayor urgencia no deberá acercarse el
hombre a disfrutar del baño de regeneración y de iluminación espiritual, para
ser insertado así a la nave de salvación y cuerpo místico de Cristo: su
Iglesia.
Jesús
ha abierto la entrada al reino de Dios, y de usted depende entrar o no. Si lo
hace, le aguardan la vida espiritual, la aceptación por el Señor, una relación
con Él y una morada en el cielo. Es su vida eterna lo que está en juego. Crea y
sea partícipe de la obra consumada de Cristo a su favor, y reciba así la vida
eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario...