En el momento de nuestro bautismo, fuimos liberados del poder del
pecado y recibimos la capacidad de pensar y vivir como Jesús. Pero el hacer
realidad este potencial, exige un esfuerzo diligente de nuestra parte y el
someternos a la voluntad de Dios.
Después
de reconocer la necesidad de cambiar nuestra manera de pensar, el primer paso
es consagrarnos a buscar la santidad, de manera que debemos medir nuestras
opiniones y decisiones por la Palabra de Dios y el ejemplo de los santos,
preguntándonos regularmente: “¿Están mis pensamientos, mis actitudes y mi
conducta en armonía con el carácter de Dios y con las verdades de su Palabra?”.
Asimismo debemos tomar nota de lo que está absorbiendo nuestra atención. No es saludable llenar nuestra mente con
información que no refleje los valores de Dios. El santo apóstol Pablo nos
dio una vara para medir lo que es digno de nuestra atención: él dijo que
debemos pensar en todo lo que sea puro, amable y de buen nombre (Filipenses 4,
8).
Por último, debemos controlar nuestras mentes para rechazar los
pensamientos impuros. Quienes luchan con adicciones, pueden dar testimonio del
poder de la mente en contra de sus buenas intenciones. Los deseos malsanos y
repetitivos hacen que nos sintamos culpables, impiden que tengamos comunicación
con Dios, y nos convierten en un mal ejemplo para los demás. Mediante el poder
de la oración, el ayuno, los sacramentos, la gracia del Santo Espíritu y el
testimonio de los santos padres, aprendemos a rechazar tales pensamientos y a
creer lo que Dios dice.
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