Nuestra cultura valoriza la
independencia y la capacidad personal, pero ve a la debilidad como un defecto.
Sin embargo, el concepto bíblico es exactamente lo contrario: las Sagradas
Escrituras enseñan que cuando reconocemos nuestra falta de fuerzas, nos volvemos
más agudamente conscientes de nuestra necesidad de Dios.
Como
sabemos, todos tenemos puntos débiles, y el santo apóstol Pablo no era una
excepción. En el pasaje de la 2da epístola escrita a los Corintios, capítulo 12
versículos 7 al 11, leemos que él estaba consciente del “aguijón” que lo
afligía siempre. La Biblia no nos dice si se trataba de un problema físico, de
una lucha contra la tentación o de alguna otra debilidad. Lo que sí sabemos es
que Pablo oró fervientemente para que le fuera quitado. Pero el Señor decidió
dejar que se mantuviera esa molestia.
Increíblemente,
el apóstol respondió con gozo en cuanto a la dificultad que había rogado al
Señor que le quitara. Entendió que el Señor había convertido un problema en una
revelación gloriosa: la deficiencia de Pablo se convirtió en el medio que Dios
utilizó para mostrar su admirable poder.
El aguijón
tenía un propósito: era una “inmunización” para protegerlo del orgullo. El
Espíritu Santo había impactado tanto al mundo por medio del santo apóstol, que
éste podría fácilmente exaltarse a sí mismo. Pero la falta de humildad habría
tenido un efecto negativo en su ministerio.
¿Preferiríamos
que nos fuera quitado nuestro “aguijón”? Humanamente hablando, ¡claro que sí!
Pero podemos tener la confianza de que, no importa nuestras circunstancias,
nuestro amoroso Padre celestial está creando algo maravilloso en nuestras
vidas.
Nuestra
respuesta a la dificultad y a la debilidad debe ser: “Señor, ¿qué estás
tratando de enseñarme en esta situación?
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