miércoles, 2 de noviembre de 2011

“Nuestros Pensamientos”


Dios llama a sus hijos a vivir una vida santa (1 Ped. 1, 15-16), y para esto es necesario tanto la ayuda del Espíritu Santo, como nuestra cooperación. Debemos comenzar con nuestra mente, porque nuestros actos se basan en lo que creemos.




El primer paso es reconocer que nuestros pensamientos necesitan cambiar. El egoísmo, los celos y otras conductas pecaminosas proceden de una manera de pensar carnal. Nuestro autoexamen de conciencia (2 Cor. 13, 5) revelará pensamientos impuros. Nuestro Padre celestial quiere que éstos sean sustituídos por pensamientos de perdón y bondad (Efes. 4, 30-32). Esto sucederá si cooperamos con el Espíritu Santo para que Él renueve nuestra mente (Rom. 12, 2).



Luego, prometeremos al Señor buscar la santidad. Esta promesa es mucho más que una resolución de Año Nuevo. Abarca todo el corazón, toda la mente y todas las fuerzas. Significa consagrarnos a ser como nuestro Salvador.



La lectura diaria de la Palabra de Dios y una buena dirección espiritual de un sacerdote o de un monje con experiencia en espiritualidad, mantendrá firme nuestra decisión. Por medio de su Palabra, el Espíritu Santo transformará nuestra mente y fortalecerá nuestro ser interior para producir los cambios necesarios. Si descuidamos ambas cosas, quedamos expuestos a la influencia del mundo y a nuestra “carne”, a ninguno de los cuales le interesa la santidad.



La santificación es un proceso de toda la vida, que exige conocer los caminos, las prioridades y los planes de Dios – y que los adoptemos como nuestros. Significa dejar que el Espíritu Santo desarrolle dentro de nosotros la mente de Cristo. Si tratamos de cambiar nuestra conducta sin modificar nuestra manera de pensar, nos encontraremos haciendo precisamente lo que queremos evitar (Rom. 7, 15).


No en balde harto testimonio y consejos dan los Santos Padres de nuestra Iglesia al respecto, en la búsqueda por la perfección y la santificación personal, como única vía de lograr ver el rostro de Dios.  “Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”.

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