miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las genuinas y las falsas experiencias de la Gracia de Dios


El propósito de nuestra vida es nuestra unión con Dios. Como bien dicen las Sagradas Escrituras, el hombre fué hecho “a imagen y semejanza” de Dios, particularmente para unirse con Él. A la semejanza del hombre con Dios, nuestros santos Padres le llaman “theosis”. Aquí podemos ver cuán grande es el propósito de la vida del hombre. Y ¿cuál es la diferencia entre el Santo Dios y el hombre deificado?. Que nuestro Hacedor y Creador es Dios en naturaleza según Su naturaleza, mientras que nosotros nos convertimos en dioses por la gracia ya que, aunque por naturaleza seguimos siendo hombres, con Su gracia somos deificados.

Cuando el hombre se une a Dios por la gracia, él recibe también la experiencia de Dios, siente a Dios. Porque de otro modo, ¿cómo podríamos unirnos a Dios sin sentir Su gracia?. Los primeros seres creados en el Paraíso pudieron, antes de cometer pecado, conversar con Dios, sentir la gracia divina. Dios creó al hombre para que fuera sacerdote, profeta, rey. Sacerdote, para aceptar Su existencia y el mundo como regalos de Dios, y ofrecerse a sí mismo y al mundo a Dios de manera eucarística y doxológica. Profeta, para comprender los misterios de Dios. Rey, para reinar en la creación material y a sí mismo. Para usar la naturaleza no como un tirano sino como un gobernante, no abusar de la creación sino usarla agradecidamente. Hoy día el hombre no usa la naturaleza de forma lógica sino que actúa egoísta y estúpidamente, con ! el resultado de destruir su entorno natural y con ello, a sí mismo.  
Si el hombre no hubiera pecado y no hubiera reemplazado su amor y obediencia a Dios con su propio egoísmo, no se habría separado de Dios y habría sido rey, sacerdote y profeta. Sin embargo, el santo Dios, que siente dolor por su creatura, desea hacer volver al hombre al estado donde nuevamente pueda convertirse en verdadero sacerdote, profeta y rey, para volver a recibir la experiencia de Dios y unirse a Él. Es por eso que, en la historia del Antiguo Testamento, vemos a Dios preparando lentamente la salvación del hombre con la venida de su Único Hijo. Así Él da gracias como aquellas que tuvo el hombre antes de su caída, como la gracia de la profecía. En el Antiguo Testamento hubo hombres, como los profetas Elías, Isaías, Moisés, que recibieron la gracia profética y vieron la gloria de Dios. Pero esta gracia no le era dada ! a todos, ni tampoco lo era para toda la vida, sino que era una gracia parcial que Dios les daba para un propósito específico y para ocasiones definidas. Particularmente, cada vez que Dios quería que estos hombres declarasen la venida de Cristo al mundo o declarasen Su Voluntad, les daba la capacidad de recibir algunas experiencias y revelaciones.      
Sin embargo, el profeta Joel profetizó que vendrá un tiempo en el que Dios dará la gracia del Espíritu Santo no sólo a determinados hombres y con un propósito específico, sino a todas las personas. He aquí lo que dice la profecía de Joel: “...derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, los ancianos tendrán sueños y los jóvenes tendrán visiones” (Joel 2, 28). A saber, mi pueblo verá visiones espirituales, verán los misterios de Dios. Este derramamiento del Espíritu Santo ocurrió durante el Pentecostés y fue entonces cuando la gracia del Espíritu Santo le fue dada a toda la Iglesia. No fue otorgada antes, durante el periodo del Antiguo Testamento, porque Cristo aún no había encarnado. La comunión del hombre con Dios tenía que ser restaurada primero para ! que entonces Dios le diera la gracia del Espíritu Santo a todas las personas después. Comunión que fue lograda a través de la encarnación de nuestro Salvador Jesucristo.
La primera unión de Dios con el hombre en el Paraíso no fue hipostática (personal) y por eso falló; la segunda unión sí lo fue. En el rostro hipostático de Cristo, la naturaleza humana quedó unida inalterada, propia, indivisible, e inseparablemente con la naturaleza divina de manera eterna. Sin importar cuánto pecado cometa el hombre, ya no hay más posibilidad para él de separarse de Dios, porque en Jesucristo, el Dios hecho hombre, queda unido para siempre con la naturaleza divina.
Para que el hombre pueda recibir el Espíritu Santo, convertirse en sacerdote, rey y profeta, conocer los misterios de Dios y sentir a Dios, debe convertirse en miembro del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia. Jesucristo es el único, verdadero y perfecto sacerdote, profeta y rey. Lo que Adán y Eva no lograron hacer producto del pecado y el egoísmo, fue hecho por Cristo. Ahora todos nosotros, unidos a Cristo, podemos participar de los tres oficios de Cristo: el real, el profético y el sacerdocio. En este punto debemos aclarar que, con el Santo Bautismo y la Crismación, el cristiano recibe el sacerdocio, pero no el sacerdocio especial que se obtiene a través de la tonsura y por la cual los liturgistas de la Iglesia reciben la gracia para oficiar los servicios divinos y pastorear a los fieles laicos.
Los fieles laicos no solamente no ofrecen los servicios divinos, sino que son aquellos que -por medio del Santo Bautismo y la Crismación- reciben el derecho de ser miembros del pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo, de participar en los tres oficios de Cristo. De hecho, mientras más saludable, consciente y miembro activo del pueblo de Dios y del Cuerpo de Cristo sea el cristiano, más cercanamente participará en el derecho jerárquico, profético y real de Cristo, y mucha mayor experiencia y sentido de Su gracia recibirá, como vemos en las vidas de los Santos de nuestra Fe.

Formas de experiencia de la gracia de Dios



¿Cuáles son las experiencias de la gracia que un cristiano puede recibir para que su fe y su vida cristiana no sean para él algo mental y externo, sino un verdadero sentimiento espiritual de Dios, una comunión con Dios, una habitación de Dios en la cual participa el hombre por completo?.

Es primeramente una información interna que a través de la fe en Dios él encuentra el verdadero sentido a su vida. Siente que su fe en Cristo es una fe que le conforta internamente, que le da sentido a su vida y le guía, que es una luz potente que le ilumina. Cuando percibe así la fe cristiana dentro de él mismo, comienza a vivir la gracia de Dios, por lo que Dios no es para él como algo externo.

Otra experiencia de la gracia divina que el hombre recibe es cuando oye en su corazón la invitación de Dios a arrepentirse de sus obras oscuras y pecaminosas, a volver a la vida cristiana, a confesarse, a entrar en el camino de Dios. Esta voz del Padre celestial que él escucha por dentro es la temprana experiencia de esa gracia de Dios. Todos esos años que vivió apartado de su Creador no pudo comprender nada.

Comienza a arrepentirse, se confiesa al padre Confesor por primera vez en su vida. Después de la confesión siente una gran paz y alegría que no había sentido nunca antes, y es cuando entonces dice “Me siento reconfortado”. Este confort o bienestar es la visita de la gracia divina en un alma que se ha arrepentido y Dios desea reconfortarle.

Las lágrimas de un cristiano arrepentido cuando ora y pide ser perdonado por Dios o cuando se confiesa, son lágrimas de arrepentimiento. Lágrimas que son muy reconfortantes, porque traen mucha paz al alma humana...y ella siente que tales lágrimas son el regalo y la experiencia de la gracia divina. 

El hombre más pecador se arrepiente y alcanza un amor más profundo de Dios, y ora con un “eros” de devoción, de modo que esas lágrimas de arrepentimiento se convierten en lágrimas de regocijo, de amor y de “eros” divino. Esas lágrimas, que son superiores a las lágrimas de arrepentimiento, son también una visita y una experiencia superiores de la gracia de Dios.

Nos acercamos a comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo habiéndonos arrepentido y confesado, con un ayuno y una preparación espiritual previa. Luego de la Santa Comunión, ¿qué sentimos?. Una profunda paz en nuestra alma y un regocijo espiritual. Esto también es una visita de la gracia divina y la experiencia de Dios.

Sin embargo, también hay otras experiencias supremas de Dios. Una de ellas consiste en la visión de la Luz increada. Esta Luz la vieron los discípulos del Señor en el Monte de la Transfiguración cuando vieron a Cristo resplandecer como el sol con una luz celestial y divina, una luz que no era material ni creada como la luz del sol y las otras luces creadas. Esta era la Luz increada, llamada la Luz de Dios, la Luz de la Santa Trinidad. Aquellos cristianos que están completamente purificados de sus pasiones y pecados, y que oran de forma limpia y verdadera, son los únicos capaces de tener esta bendita experiencia de ver la Luz de Dios en esta vida: Luz que resplandecerá en la vida eterna. No solamente podrán esos cristianos verla, desde ahora, sino que también se verán reflejados en ella, porque esta Luz envuelve y rodea a los Santos. Nosotros no la v! emos, pero los puros de corazón y los santos sí la ven. La aureola brillante que se pinta alrededor de los rostros de los Santos es la Luz de la Santa Trinidad que les ha iluminado y santificado.

En la vida de Basilio Magno leemos que, cuando él estaba orando en su celda, otros podían verle resplandecer por completo al igual que su celda, que quedaba iluminada por la increada Luz. Lo mismo vemos en las vidas de muchos santos.

Por lo tanto, el que uno sea hallado digno de ver la increada Luz es una de las experiencias supremas de Dios que no es dada para todos sino para unos pocos, para aquellos que han progresado en la vida espiritual. De acuerdo al Abba Isaac, en cada generación al menos un sólo hombre logra ver lúcidamente la increada Luz. Sin embargo, hoy en día hay cristianos dignos de tener esta experiencia única de Dios.

Es bueno decir, además, que no todo el que ve la luz quiere decir que inexorablemente vea la Luz increada. El diablo engaña y  le muestra otras luces, demoníacas o psicológicas, para hacerle creer que esa es la increada Luz, cuando en realidad no lo es. Por eso, todo cristiano que escuche algo o tenga una cierta experiencia, no debe aceptarla como que viene de Dios, porque puede ser engañado por el diablo. Debe más bien confesárselo a su Confesor quien a su vez le dirá si es de Dios o si es engaño de demonios. Hay que tener mucho cuidado en tales casos.

           
Cómo determinar una pura experiencia de la  gracia de Dios.



Echémosle un vistazo a las condiciones que nos aseguran si las diferentes experiencias que tenemos son genuinas y no falsas.

La primera condición es que debemos ser hombres de arrepentimiento. Si no nos arrepentimos de nuestros pecados y nos purificamos de nuestras pasiones, no podemos ver a Dios. Como dice el Señor en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Mientras más se purifique el hombre de sus pasiones, se arrepienta y se vuelva a Dios, mucho mejor lo sentirá y lo verá.

El intentar recibir experiencias de Dios con formas y métodos artificiales como se hace en las herejías del Hinduísmo y el Yoga, es falso. Tales experiencias no son de Dios sino que se derivan de formas de psicología.

Los Santos Padres del desierto y el monasticismo ortodoxo nos dicen: “Ofrece la sangre y recibe el espíritu”. En otras palabras, si no ofreces la sangre de tu corazón a través del arrepentimiento, la oración, el ayuno y el ascetismo, no puedes recibir la gracia del Espíritu Santo. Porque las verdaderas experiencias espirituales son dadas a aquellos que, a través de la humildad, no piden tales experiencias sino que le piden a Dios el arrepentimiento y la salvación, son dadas a aquellos que son humildes y dicen: “Dios mío, no soy digno de recibir la visita de tu gracia ni el divino y celestial solaz, ni los gozos espirituales”.

A aquellos que, sin embargo, de forma orgullosa piden a Dios que les otorgue esas experiencias, Él no les dará las genuinas y verdaderas experiencias a causa de su orgullo. Por lo tanto, lo segundo es la humildad.

La tercera condición para recibir la verdadera experiencia espiritual es estar en la Iglesia, no fuera de ella. Porque fuera de la Iglesia el diablo nos engaña. Cuando una oveja se separa del rebaño, el lobo la destruye. Dentro del rebaño hay seguridad. El cristiano está seguro dentro de la Iglesia, pero cuando se aleja de ella queda expuesto a sus engaños, a los de otras personas y a los de los demonios. Tenemos muchos ejemplos de personas que no obedecieron a la Iglesia y en su estado espiritual cayeron en mentiras, en engaños, y han creído  que ven a Dios o que son visitados por Dios cuando en realidad las experiencias que han tenido son demoníacas y destructivas para ellos. Otra cosa que ayuda es tener una oración pura y ferviente. La verdad es que a la hora de la oración Dios da muchas de las experiencias espirituales al h! ombre; por esto, aquellos que oran con ganas, celo y paciencia, reciben los dones del Espíritu Santo y sienten la gracia de Dios.

Hay una oración que solemos decir en la Santa Montaña: “Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Esta oración, que se caracteriza por ser  mental, sincera e incesante, cuando se dice con humildad, con deseo y persistencia, trae al corazón del hombre el sentimiento de la gracia de Dios.



Las falsas experiencias de la gracia de Dios



Las personas tienen falsas experiencias de Dios cuando creen que, por sí solas y con sus propias fuerzas, ya bien sea en las sectas protestantes, en los grupos, o los cultos religiosos fuera de la Iglesia, pueden recibir la gracia del Espíritu Santo. Ellas se reúnen y algún nuevo “profeta” hace el papel de líder y creen que están recibiendo la gracia de Dios.

Ocurrió que, en una ocasión, yo estaba presente en un culto de Pentecostales de las llamadas “Asambleas de Dios”, en Santiago de Cuba en el año 1990, cuando todavía radicaba en mi país. Su “iglesia” era el local de un antiguo teatro. Primero alguien comenzó a tocar música con sonidos suaves y agradables que iban tornándose cada vez más en una melodía progresivamente intensa, ensordecedora y frenética que llegó a causar agitación. Terminó la música y de repente comenzó el predicador, quien también inició de manera pausable y tranquila y, mientras continuaba, subía cada vez más el tono de voz hasta llegar a gritar, creando al final de su prédica un ambiente agitado. Fue entonces cuando todas las personas sufrieron de autosugestión e histeria y empezaron a gritar y a mover sus manos y a proferir gritos incomprensibles. Sentí que allí no estaba el Espír! itu de Dios, porque es un Espíritu de paz y no de alboroto ni de excitación.

El Espíritu de Dios no viene con maneras artificiales ni psicológicas. En un momento sentí pena por los niños que allí se encontraban con sus padres, porque podrían sufrir las consecuencias de esta neurosis en masa.

Un joven que llegó a ser monje en la Santa Montaña y que primero incursionó por el Yoga hindú, me describió las experiencias que ellos tratan de tener allí. Por ejemplo, cuando ellos quieren ver luz, se frotan sus ojos para poder ver como especie de pequeñas estrellitas; cuando desean escuchar sonidos raros o inusuales, ellos realizan un tipo de presión en los oídos para crear sonidos. Y similares experiencias psicológicas que son producidas de forma artificial, algunos protestantes las atribuyen al Espíritu Santo.

Otras experiencias en reuniones y cultos herejes no solamente son psicológicas sino que pueden ser también demoníacas. El diablo manipula la búsqueda de tales experiencias por algunas personas y les presenta diferentes señales que no son de Dios sino suyas, o sea, diabólicas. Estas personas no pueden comprender que son  víctimas del diablo.

Creen que estas señales son celestiales y del Espíritu Santo. El diablo también puede darles alguna capacidad profética como se la da a los “médiums”. El Señor, sin embargo, nos ha advertido de antemano “Surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aún a los elegidos” (Mateo 24, 24). Y no sólo harán milagros, maravillas y señales sobreacogedoras. Como el Anticristo, que cuando venga no hará cosas malas, sino que hará beneficios, sanaciones de enfermos y otras cosas impresionantes para engañar a las personas, aún a las escogidas, para hacer que crean en él como salvador y le sigan.

Es por eso que debemos tener cuidado. No todo el que hace señales y profetiza es siempre de Dios. Nuevamente el Señor dice: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?. Entonces les diré claramente: Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!” (Mateo 7, 22-23).

Conocí a un joven que se dejó seducir por ocultas herejías Pentecostales y que confesó que las diferentes experiencias que tuvo cuando era miembro de esa secta, eran completamente diabólicas.

Otro hombre que antes era Pentecostal, por ejemplo, confesó que, en los cultos Pentecostales cuando algunos “profetas” profetizaban, él sentía una confusión demoníaca y que cuando intentaba decir la oración “Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, empezaban a hablar en lenguas y lo ahogaban, impidiéndole decir la oración.

Debemos tener muchísimo cuidado con las experiencias, porque el diablo se transforma en un ángel de luz. El apóstol Juan nos alerta “Queridos hermanos, no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sométanlo a prueba para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas” (1 Juan 4,1). No todos los espíritus son de Dios. Aquellos que tienen el don del discernimiento de espíritus, del que habla el apóstol Pablo en 1 Corintios 12, 10, pueden discernir si los espíritus son de Dios o del diablo. Los padres Confesores de la Iglesia tienen este don. Es por eso que, cuando tenemos un problema así, debemos buscar a nuestro Confesor y él determinará la procedencia o fuente de cada experiencia.

 Aún los monjes podemos ser engañados. En la Santa Montaña hay casos de monjes que han sido engañados por tales experiencias. Por ejemplo, un angel se le apareció a un monje –y era el diablo- y le dijo: “Ven a la cima del Monte Athos para mostrarte grandes milagros”. El ángel le guió hasta allí y casi el monje se cae por un risco, de no ser porque invocó la ayuda divina. Cometió el error de creer en esa visión como si fuera de Dios, cuando –en realidad- no debía haberlo hecho. Los monjes saben que cuando tienen una visión deben contársela a su padre espiritual o Abad y él determinará si es de Dios o de los demonios. Donde hay orgullo, es muy posible hallar engaño.
                      

Sobre los Pentecostales



Las experiencias de los Pentecostales no son de Dios. Por eso, no solamente no son ayudados, a venir a la Iglesia sino que, por el contrario, son alejados de la misma, porque el diablo es el interesado en alejar a las personas de la Iglesia.

También sus divisiones en muchas herejías y grupos es prueba fehaciente de que ellos no forman parte de la verdadera Iglesia de Dios. El protestantismo  consiste en miles de herejías y una de las herejías protestantes es el Pentecostalismo. Sólo en los Estados Unidos hay más de 39 tipos de grupos Pentecostales distintos. Muchas de las herejías Pentecostales no tienen relación entre ellas. He aquí algunos de los títulos de varios de los grupos Pentecostales: Congregación de la Iglesia de Dios de la Montaña, Congregación integrada de la Iglesia de Dios, Misión desvelada, Iglesia de la Madre Horn, Iglesia de la Madre Robertson, Misión de Jesús y los desvelados, Remanente de la Iglesia de Dios, Santidad de America de la Iglesia de Dios de los nacidos por el fuego, Iglesia de Mogara Cook,! Iglesia de Dios del Templo de la Unión Davídica Espiritual Nacional, Iglesia de la Biblia cuadrada, Iglesia de Dios del Evangelio completo, etc.

Si el Espíritu de Dios existiese en estos grupos, habría una unión, habría una Iglesia y no tantos grupos opuestos y diferentes.

También, algunas de las manifestaciones que ocurren en sus encuentros, tales como el empezar a temblar, el caerse al piso como si estuviera muerto, el gritar sonidos irreconocibles, no provienen del apacible Espíritu de Dios. Y similares fenómenos los encontramos en las religiones idólatras y paganas, como también con los fenómenos espiritualistas.

Por otra parte, de igual forma cultivan un espíritu de orgullo creyendo que toda la Iglesia de 2 mil años ha sido engañada, mientras que ellos descubrieron la verdad en el año 1900.

Pero, ¿y qué pasa ahora con el pretendido don de ellos de “hablar en lenguas”?. Es cierto que en el Nuevo Testamento hay referencia al “hablar en lenguas”. Los santos Apóstoles, en el día de Pentecostés, hablaron las lenguas de las personas que habían venido de peregrinación a Jerusalén, para enseñarles las Buenas Nuevas. El don del hablar en lenguas es una gracia dada por Dios a los Apóstoles para un propósito específico: el proselitizar o convertir a los no cristianos a la fe cristiana. Y los santos Apóstoles, cuando hablaron en lenguas, no emitían sonidos sin sentido como los endemoniados. Ellos hablaban lenguas, pero no cualquier lengua, sino las lenguas de aquellos que se encontraban en Jerusalén y no podían hablar el idioma hebreo, para que pudieran escuchar de la grandeza de Dios y así, creer. Por lo tanto, los! gritos sin sentido que mantienen los Pentecostales, no guardan relación alguna con el don de “hablar en lenguas”.

La Iglesia Ortodoxa es el lugar de la genuina experiencia de la Gracia de Dios.



La Iglesia del Pentecostés es nuestra Iglesia Ortodoxa. Y, ¿por qué ella y no otra?  Porque ella es la Iglesia de la encarnación y el humanismo de Cristo, de su muerte por crucifixión, su Resurrección y  del Pentecostés. Cuando, de toda la obra de Cristo, aislamos sólo una parte, la recalcamos en gran manera y la tratamos de explicar de forma falsa y no ceñidos al modo correcto de interpretación; por ende, se convierte en algo visto y analizado desde un sólo lado y de ahí, en herejía. Solamente la Iglesia que acepta y vive la obra completa de Cristo incluyendo el Pentecostés es la verdadera Iglesia del Pentecostés. ¿Puede haber Resurrección sin una Cruz?. A menos que el hombre se crucifique a sí mismo con el ayuno, la oración, el arrepentimie! nto, la humildad, el ascetismo...¿podría él ver a Dios?. La Cruz antecede a la vida de Cristo y del cristiano, y la Resurrección y el Pentecostés le continúan. Mientras, desean Resurrección y dones espirituales, sin crucificarse a sí mismos por medio del arrepentimiento, el ascetismo, el ayuno y la obediencia a la Iglesia. Es por eso que no forman parte de la Iglesia del Pentecostés.

En cada Divina Liturgia de nuestra Iglesia, tenemos un Pentecostés. ¿Cómo es que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo?. ¿No es acaso por medio del descenso del Espíritu Santo?. ¡He aquí el Pentecostés!. Todo Santo Altar de la Iglesia Ortodoxa es el ático de Pentecostés. En cada Bautismo tenemos Pentecostés. Con la gracia del Santo Espíritu, el hombre se vuelve cristiano y llega a ser uno con el Cuerpo de Cristo. Toda tonsura, profesión religiosa y ordenación de un Diácono, sacerdote u obispo es un nuevo Pentecostés. El Espíritu Santo desciende y hace al hombre un obrero de Dios.

Toda confesión de un cristiano es nuevamente un Pentecostés. El momento en que el cristiano se arrodilla ante su Confesor y con humildad le dice sus pecados con arrepentimiento, y el Confesor le lee la oración de absolución, ´´el queda perdonado por la gracia del Santo Espíritu.

En cada encuentro y en cada misterio o sacramento de la Iglesia hay una continuidad del Pentecostés, porque se realizan en la presencia del Espíritu Santo. Con razón casi todas las actividades, oraciones y sacramentos o misterios de la Iglesia comienzan con la oración “Rey Celestial, Paráclito, Espíritu de verdad...ven a habitar en nosotros...”. Pedimos al Paráclito que venga, al Consolador, al Espíritu Santo...y Él viene.

Doquiera se encuentre la Iglesia Ortodoxa, la verdadera Iglesia de Cristo, allí también está la gracia del Santo Espíritu.

Cada Santo de nuestra Iglesia es un hombre portador del Espíritu, lleno de sus dones, un hombre de Pentecostés.

La oración del Padrenuestro pide “Venga tu Reino”, queriendo decir “Venga la gracia de Tu Santo Espíritu”. Porque el reino de Dios es una gracia del Espíritu Santo, así que con el Padrenuestro estamos buscando al Paráclito Espíritu de Dios.

La oración “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador” también es hecha a través de esa gracia del Espíritu divino. Porque como dice el apóstol Pablo: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, si no por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12, 3). O sea, nadie puede invocar a Jesucristo sino sólo por medio de la gracia del Santo Espíritu.

Además, otra cosa. Solamente el agua bendita de los ortodoxos permanece intacta. Aquellos que tienen agua bendita en sus casas, sin importar cuán vieja sea, nunca se echa a perder. De la misma manera, el pan bendito o antidoron que se entrega al final de cada Divina Liturgia, sin importar el paso de los días, sigue intacto e incorruptible, a pesar de estar hecho con levadura.

Esta es nuestra fe, la única verdadera y correcta, que te invito a ti, si no eres ortodoxo, a que descubras, participes y vivas.

¿Salirse de esta fe para seguir tras algunos “salvadores” norteamericanos que creen que la Iglesia verdadera está en ellos, como le han hecho creer a muchos incautos en el mundo? ¡Hay que imaginarse la clase de engaño diabólico que tienen!. La Iglesia existe desde hace dos mil años y sin embargo ellos dicen que no es sino de ellos, los Pentecostales y otras sectas protestantes, que comienza la fe real y auténtica. Esa es la mentalidad protestante, carente de la gracia de Dios para percatarse del error y del engaño tan grande en el que se encuentra.

Cuando en el siglo XIV el monje católico-romano, Varlaam, combatió la enseñanza ortodoxa sobre las energías divinas y la increada Luz, como la vivían en la Santa Montaña, Dios trajo a la existencia al hieromonje agiorita Gregorio Palamás, gran teólogo y maestro de la Fe Ortodoxa. Ahora bien, si no existiesen los Pentecostales o las otras herejías y las pseudo-iglesias protestantes salidas de la Reforma, no hubiera sido necesario que leyeses estas letras. No hubiera yo tratado de hacer una profundización de esta fe que te quiero compartir. No hubiera yo hecho ninguna confesión pública de la misma. Así, al final, esta fe va en dirección contraria a lo que las herejías (doctrinas equivocadas) y el diablo persisten en lograr poner en práctica contra la Iglesia. El apóstol Pablo dice: “Sin duda alguna, tiene que haber grupos secta! rios entre ustedes, para que se demuestre quiénes cuentan con la aprobación de Dios” (1 Corintios 11,19). Deben haber herejías para que la fe se manifieste en los que perseveran. Ahora, cuando nuestra santa Iglesia está siendo atacada por el ateísmo, los placeres carnales y todo tipo de herejías a través de la radio, la televisión, los periódicos y otros medios, es este el momento para que se manifiesten los fieles y verdaderos cristianos ortodoxos, los luchadores y testigos de la fe Ortodoxa.

En estos tiempos tan severamente críticos, cualquier cristiano Ortodoxo que guarda su fe Ortodoxa en Cristo, recibirá grandes bendiciones y una gran recompensa del Santo Dios. Y todo esto es porque, en este siglo malvado y corrupto, no se dejó arrastrar por la idolatría contemporánea (brujería, espiritismo y santería, las filosofías orientales, la meditación trascendental, los horóscopos, el excesivo amor hacia el dinero y la falta de comprensión y solidaridad hacia los más necesitados...por citar algunas formas) y los falsos dioses, y no se doblegó ante ellos sino que permaneció firme e inmutable en nuestra Fe.

No deseo que ningún ortodoxo se vuelva traidor como Judas, ni que apostate de nuestra santa Fe. Ojalá que aquellos que se dejaron llevar por el maligno debido a su ignorancia y cayeron en el engaño y las herejías, sean iluminados por Dios y retornen a nuestra santa Fe Ortodoxa para que tengan la esperanza de la salvación.

Todos podemos ser pecadores, pero cuando estamos dentro de nuestra santa Iglesia Ortodoxa, tenemos esa esperanza de salvación. Por el contrario, aún cuando fuésemos “justos” fuera de la Iglesia, no tenemos esperanza de salvarnos. Todos los que estamos dentro de ella, nos arrepentiremos, nos confesaremos, seremos perdonados y Dios tendrá misericordia de nosotros. Porque fuera de la Iglesia, ¿quién nos salvará?, ¿cuál Espíritu Santo perdonará nuestros pecados y cuál Iglesia intercederá por nuestras almas después de nuestra muerte?

Por lo tanto, cualquier ortodoxo que muere ortodoxo sabe que tiene esperanza de salvación; pero, cualquiera que se marcha de la Iglesia, aún si ha hecho buenas obras, no la tiene.

Por ello, permanezcamos en nuestra Iglesia Ortodoxa fieles e inconmovibles, aferrados santamente a ella hasta el final de nuestras vidas para poder tener, con la gracia de Dios y la bendición de la Madre de Dios, una esperanza de salvación.
        

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