miércoles, 2 de noviembre de 2011

En tiempos de pruebas y el secreto para soportar las mismas


Si alguien vivió numerosas situaciones para sentirse amargado por las pruebas de la vida, ese fue José (Génesis 50, 18-21). Sus hermanos lo trataron con desprecio, e incluso lo lanzaron a una cisterna. Después fue vendido como esclavo, llevado a un país extranjero, incriminado en un delito y dejado que se pudriera en una cárcel. Pero, pese a todas las injusticias que sufrió, este joven que llegó a la adultez siendo un esclavo, se convirtió en un hombre con una gran ética de trabajo y un espíritu afable.




Es casi imposible comprender cómo pudo José ser tan perdonador, pacífico e incluso felíz. Su secreto para mantenerse afable bajo la presión, era su permanente enfoque en Dios. José debió haber pasado muchas horas recordando las historias de Jacob acerca de la fidelidad del Señor para con su familia, y también las revelaciones divinas acerca de su propio futuro como líder. Pese a sus muchas desgracias, José tenía la confianza de que esos sueños que Dios le había dado, se convertirían en una realidad.



Imagine qué clase de hombre pudo haber surgido después de trece años de sufrimientos e injusticias. Si José hubiera estado pensando todo el tiempo en sus injustas circunstancias, probablemente se habría vuelto cínico y vengativo. Cuando un hombre tiene la mente llena de deseos de venganza, no puede ser un buen trabajador, por lo que, en vez de alcanzar la grandeza, José probablemente habría terminado haciendo tareas frustrantes y ordinarias.



Con sus “ojos” espirituales fijados en Dios, José perseveró  en medio de grandes pruebas. Al punto de perdonar a sus hermanos, lo que probablemente no le resultó fácil. Pero, por haberse puesto bajo la protección del Señor, su corazón estuvo libre de emociones negativas.



Él aprendió el principio que hay en Romanos 8: 28, mucho antes de que el santo apóstol Pablo  lo escribiera: Dios hace que todo obre para el bien del creyente. Nuestra responsabilidad es mantener nuestra mirada puesta en Él, en vez de ver las circunstancias con temor.



El Padre celestial promete amar, ayudar y guiar a sus hijos. Una vida libre de peligros y dolores no es parte de la garantía, pero el Santo Espíritu, el Consolador, acompaña a los cristianos en las pruebas, dándoles fortaleza, sabiduría y confianza. Yo hablo con personas que pueden imaginar 25 razones por las que las garantías de Dios no se aplican a su situación, pero puedo darles una excelente razón para creer: una fe vacilante no invalida ni una sóla de las promesas de Dios. Si usted vuelca su mirada a Él, el Señor le sacará adelante en las pruebas.



Cuando tenemos una mente y un corazón angustiados por problemas, es difícil no ver las circunstancias con temor y confusión. Pero debemos tomar la decisión de creer lo que nos enseña nuestra madre la Iglesia a través de las Sagradas Escrituras y la Santa Tradición, como también las enseñanzas trasmitidas desde siglos por los Santos Padres de nuestra Iglesia por medio de la Patrística, sobre quién es Dios y lo que Él hará. Esa decisión quita nuestra atención de la tormenta y la pone en Aquel que está encargado de ponernos a salvo. En su presencia, los temores se reducen y las dudas desaparecen, para reemplazarlas por paz y por una sensación de unidad con el Señor.


Que quede claro que yo no dije que las pruebas terminan cuando clamamos al Señor. Debemos estar dispuestos a decir: “Es aquí donde el Señor quiere que esté”. Él tiene una razón para que usted enfrente angustias y pruebas, y tiene también la manera de hacerle crecer por medio de ellas.

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