Si alguien vivió numerosas situaciones para sentirse amargado por las
pruebas de la vida, ese fue José (Génesis 50, 18-21). Sus hermanos lo trataron
con desprecio, e incluso lo lanzaron a una cisterna. Después fue vendido como
esclavo, llevado a un país extranjero, incriminado en un delito y dejado que se
pudriera en una cárcel. Pero, pese a todas las injusticias que sufrió, este
joven que llegó a la adultez siendo un esclavo, se convirtió en un hombre con
una gran ética de trabajo y un espíritu afable.
Es
casi imposible comprender cómo pudo José ser tan perdonador, pacífico e incluso
felíz. Su secreto para mantenerse afable bajo la presión, era su permanente
enfoque en Dios. José debió haber pasado muchas horas recordando las historias
de Jacob acerca de la fidelidad del Señor para con su familia, y también las
revelaciones divinas acerca de su propio futuro como líder. Pese a sus muchas
desgracias, José tenía la confianza de que esos sueños que Dios le había dado,
se convertirían en una realidad.
Imagine qué clase de hombre pudo haber surgido después de trece años
de sufrimientos e injusticias. Si José hubiera estado pensando todo el tiempo
en sus injustas circunstancias, probablemente se habría vuelto cínico y
vengativo. Cuando un hombre tiene la mente llena de deseos de venganza, no
puede ser un buen trabajador, por lo que, en vez de alcanzar la grandeza, José
probablemente habría terminado haciendo tareas frustrantes y ordinarias.
Con sus “ojos” espirituales fijados en Dios, José perseveró en medio de grandes pruebas. Al punto de
perdonar a sus hermanos, lo que probablemente no le resultó fácil. Pero, por
haberse puesto bajo la protección del Señor, su corazón estuvo libre de
emociones negativas.
Él aprendió el principio que hay en Romanos 8: 28, mucho antes de que
el santo apóstol Pablo lo escribiera:
Dios hace que todo obre para el bien del creyente. Nuestra responsabilidad es
mantener nuestra mirada puesta en Él, en vez de ver las circunstancias con
temor.
El
Padre celestial promete amar, ayudar y guiar a sus hijos. Una vida libre de
peligros y dolores no es parte de la garantía, pero el Santo Espíritu, el
Consolador, acompaña a los cristianos en las pruebas, dándoles fortaleza,
sabiduría y confianza. Yo hablo con personas que pueden imaginar 25 razones por
las que las garantías de Dios no se aplican a su situación, pero puedo darles
una excelente razón para creer: una fe vacilante no invalida ni una sóla de las
promesas de Dios. Si usted vuelca su mirada a Él, el Señor le sacará adelante
en las pruebas.
Cuando
tenemos una mente y un corazón angustiados por problemas, es difícil no ver las
circunstancias con temor y confusión. Pero debemos tomar la decisión de creer
lo que nos enseña nuestra madre la Iglesia a través de las Sagradas Escrituras
y la Santa Tradición, como también las enseñanzas trasmitidas desde siglos por
los Santos Padres de nuestra Iglesia por medio de la Patrística, sobre
quién es Dios y lo que Él hará. Esa decisión quita nuestra atención de la
tormenta y la pone en Aquel que está encargado de ponernos a salvo. En su
presencia, los temores se reducen y las dudas desaparecen, para reemplazarlas
por paz y por una sensación de unidad con el Señor.
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