La mentira, las medias verdades y las trampas son parte tan integral
de nuestra cultura hoy, que puede ser difícil separar la verdad de la ficción.
Ya sea que estemos escuchando un aviso publicitario, un debate político o el
noticiario de la TV, hacemos bien si NO creemos automáticamente todo lo que
oímos.
Algunas veces, las imprecisiones son evidentes; pero otras veces son
difíciles de detectar, especialmente si las declaraciones las hace un personaje
popular o carismático. Puesto que el cristiano, como cualquier otra persona,
puede ser fácilmente engañado, es vital que desarrolle convicciones firmes
basadas en la Palabra de Dios. Debemos dejar que toda la información que
recibamos pase por este “filtro de la verdad”, para que el error no se asiente
en nuestra alma.
Aunque la mentira puede ser alarmante, no debe sorprendernos el darnos
cuenta de lo extendida que está la práctica, ni tampoco de que estemos entre
sus objetivos. El santo apóstol Pedro nos advierte: “Habrá entre vosotros
falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras....y
por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 Pedro 2,
1-3).
Pero los cristianos no tenemos nada de qué temer. No sólo podemos
programar nuestro filtro con la verdad de las Escrituras, sino que también mora
en nosotros el Espíritu Santo, que recibimos a través del sacramento del
Bautismo, a quien el santo apóstol Juan llama “el Espíritu de verdad”. Si
pedimos su asistencia y nos dejamos mover bajo su dirección, Él nos ayudará a discernir
entre lo verdadero y lo falso.
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