viernes, 14 de octubre de 2011

¿SON NECESARIOS LOS DIÁLOGOS?


Miramos al universo y nos maravillamos de su grandeza. Desde tiempos inmemoriales el hombre trató de domar su asombro observando cuidadosamente y estudiando el universo. Su grandeza nunca dejó de sobrecogerle, y cada nueva observación tenía un impacto mayor en la gente. El orgullo humano, según se expresa por la Iglesia Católica durante la edad media, fue tomado como un golpe serio cuando el astrónomo Galileo Galilei descubrió que la tierra no era el centro del universo después de todo. Fue tanto lo que se aguantó en la humillación del orgullo humano, que el entonces Papa Urbano obligó a Galileo a retractarse de su correcta observación, que el sol era el centro de nuestro sistema planetario.


Con la llegada de la alta tecnología, el conocimiento humano del universo estalló en muchos pedazos. Sin embargo, nuestro conocimiento aún se encuentra limitado. Ahora sabemos que nuestro sistema planetario, también conocido como el sistema solar, es parte de la galaxia de la Vía Láctea que se extiende a 100,000 años luz, es del grosor de 1,000 años luz y contiene unos 200 billones de estrellas. Más aún, el universo consiste de billones de esas galaxias. ¿Puede la mente humana llegar a comprender tal inmensidad?.

¿Cómo pudo Dios, que creó tal inmensidad, interesarse en el hombre que no es sino un grano de arena entre toda la arena de la tierra? ¿Por qué moriría para nosotros y nos llamaría Sus hijos?.        

Cuando Dios creó al hombre, ÉL lo creó a Su imagen y semejanza. Dios es una Trinidad, concretamente tres hipóstasis en uno, el Padre,  el Hijo y el Espíritu Santo. Así que cuando ÉL creó al hombre, lo hizo de tres hipóstasis en uno, es decir, le dio al hombre un esp­íritu, un alma y un cuerpo. Y a pesar de que cada una tiene su propia función, las tres son un único y mismo hombre. Por ejemplo, Dios le dio al hombre un espíritu para que tuviera su propia voluntad, un alma para expresarse y dirigirse según su voluntad y un cuerpo para implementarlo. No es distinto a la imagen de Dios donde la Voluntad del Padre es expresada, dirigida por el Hijo, Jesucristo (el Verbo), e implementada por el Espíritu Santo (el Consolador).    

Cuando el hombre fue creado, todas las tres hipóstasis trabajaron al unísono, como una sola. El hombre estaba en armonía con su Creador pero, desafortunadamente, después de su caída se rompió la unión de estas tres hipóstasis. Ya nunca más el alma del hombre expresó y dirigió según la voluntad de su espíritu, ni su cuerpo trabajó al unísono con la dirección del alma...así el hombre dejaba de ser la criatura que Dios había creado. El resultado fue que ya el hombre no era más imagen ni semejanza de Dios. Se había apartado tanto de Su Creador, que perdió el contacto con la Luz y la Verdad de Dios. Su Espíritu, que es el aliento de Dios, se durmió. Su alma bajó al Hades y su cuerpo fue enterrado en las entrañas de la tierra para pudrirse. El hombre sufrió la muerte que Dios le había prevenido antes de su caída.

Pero todavía el amor de Dios no abandonaba al hombre. Aunque este sufrió la muerte espiritual, Dios envió a Sus profetas y líderes para preparar el camino para que el hombre recibiera Su plan de salvación.     

Según Su plan, Jesucristo, el Hijo de Dios, bajó gustoso a la tierra y de acuerdo con la Voluntad de Su Padre, para mostrarnos el verdadero camino a la Tierra Prometida, el Reino de Dios, en el segundo éxodo humano del malvado imperio del “Faraón”. Jesucristo, una vez que mostró al hombre el verdadero Camino, trasmitió Su autoridad, a los Santos Apóstoles y subsiguientemente a Su Sagrada Orden del Sacerdocio para pastorear Su rebaño con la ayuda del Espíritu Santo y según la Voluntad de Dios.     Sabiendo que ese hogar de misi­ón sería imposible con el hombre solo, envió al Espíritu Santo desde el Padre para ayudarlo y protegerlo. Así constituía la Iglesia de Dios, el arca de la nueva alianza.

Desafortunadamente durante la larga travesía a la tierra prometida muchos perdieron la esperanza y abandonaron la Iglesia mientras que otros, creyendo que conocían un mejor camino, decidieron cambiar de dirección y seguir su propio sendero, habiendo olvidado o ignorado lo que Jesús claramente declaró: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14, 6).  Es por eso que es de gran importancia no dejarse influir por aquellos que creen que todos los caminos conducen eventualmente al Reino de Dios. No tiene sentido cuando la Iglesia Ortodoxa entra en diálogos con los católicos u otras llamadas “iglesias” con vistas a formar una Iglesia Cristiana Universal. Para esto, la Iglesia Ortodoxa debe negociar una dirección diferente que es el resultado de una dirección universalmente convenida y negociada. Si no fuera así, ¿por qué entonces negociar? ¿Cómo podría el hombre cambiar la dirección dada por Jesucristo, el mismo Dios? ¿Cómo podría el hombre cambiar algo que no le pertenece a él sino a Dios, colocándose a sí mismo por encima de Su Voluntad, por encima de Dios?  ¿Hay mucha diferencia entre Lucifer, que trató de jugar el papel de Dios creyendo que él podía estar en lo alto o quizás más alto que Dios, y el hombre quien ya ha re-escrito el evangelio anulando el camino que Jesucristo mismo dio? El hombre creó su propia ruta creyendo que la suya es mejor, más fácil y más rápida, y dando a entender que Jesús estaba mintiendo cuando dijo:” Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14, 6). ¿No nos ha dado Jesús mismo la verdadera Fe, el verdadero camino, a través de los Santos Apóstoles y los Santos Padres de la Iglesia, sus verdaderos portavoces, y sellado esta con los Santos Cánones? Entonces, ¿por qué negociar o tener diálogos con aquellos que ya han desafiado a Dios, de la misma manera que Lucifer?

Es evidente que tales diálogos se dan por agendas mundanas, sean por amistad y apoyo, o razones económicas o políticas, o peor aún, por simple hegemonía. Cuando el actual Papa Benedicto XVI subió al trono pontifical, dejó bien claro al pronunciar públicamente que su objetivo misionero más grande era la unión de las Iglesias Cristianas. Desde luego, lo que no dijo pero que se toma como hecho, es que él siempre será el indiscutible líder, el vicario de Cristo en la tierra, el que posee las llaves del Reino de Dios. Y ya que la fe católica se basa en el dogma de la infabilidad y la supremacía del Papa, no debería quedar duda alguna de a quién estaríamos adorando.    

La historia de la Iglesia, desde sus comienzos hasta la actualidad, claramente ha demostrado que la misma siempre floreció en la adversidad, como la resurrección nació de la tortura, la crucifixión y la muerte de su líder, Jesucristo, y sus cimientos se aferraron firmemente en la persecución y el martirio. ¿Por qué estaría la Iglesia Ortodoxa tan ansiosa de cambiar sus joyas auténticas por las joyas de fantasía de las otras llamadas “iglesias”? Que las iglesias que reclaman poseer verdaderas joyas de igual o mejor valor, las muestren bajo la Divina Luz. Claro está, ellas no se atreven a hacerlo, porque su falsedad quedaría al descubierto. Porque ¿cómo podrían los católicos comparar a sus “santos” cuando se pasan años tratando de buscar tres “milagros” que podrían atribuírseles a sus santos para canonizarlos, cuando un santo ortodoxo emana gracia, fragancia y santidad y se le atribuyen obviamente incontables y visibles milagros no sólo después de su muerte sino aún cuando todavía vive?

Cuando Dios creó a Adán, le colocó en el Jardín del Edén para que lo cuidara. Nosotros también somos colocados en el nuevo jardín del Edén, la Iglesia Ortodoxa, para que la cuidemos. Se nos enseña cómo sembrar las buenas semillas de Dios, ocuparnos de la tierra, quitar las cizañas, regarlas y dejar que la gracia de Dios brille sobre ellas y produzca una rica cosecha. Pero, ¿dónde está este Jardín del Edén? Está en nuestro corazón, dentro de nosotros. Es la Iglesia Ortodoxa, el cuerpo de Cristo que está dentro de nosotros, porque Cristo dijo:”El Reino de los Cielos está dentro de nosotros”. De la Iglesia Ortodoxa obtenemos las buenas semillas que plantamos en nuestro suelo fértil dado a nosotros en nuestro bautismo y nos ocupamos de ellas de acuerdo a sus perfectas enseñanzas. ¿Cuáles son esas buenas semillas? Las semillas son diversas, tales como el amor, la paciencia, la misericordia, el perdón, la compasión, la humildad, la obediencia y las ocupaciones son las oraciones, el ayuno, el servicio a los necesitados, el participar de los santos misterios de la confesión y la comunión, la asistencia a la iglesia, el quitar las cizañas al rechazar participar en los chismes, en las críticas y el juzgar a nuestro prójimo.     

Entonces cosecharemos según el fruto de nuestros trabajos y en base a ellos seremos juzgados. Porque aquellos que han abandonado la tarea de ocuparse de sus campos no cosecharán nada más que cizañas, mientras que aquellos que trabajaron diligentemente hasta el tiempo de la cosecha, recogerán en grande y grande será su recompensa.

El hombre en esta vida no es nada más que un grano de arena, pero el día de la resurrección si es juzgado digno de recibir el don de la salvación, será restaurado a la verdadera imagen y semejanza de Dios, cuando el universo no será más que un grano de arena para él, porque Dios morará con el hombre en la nueva Jerusalén por la eternidad. Amén.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario...