“… y trabajad; porque yo estoy con
vosotros, dice el Señor de los ejércitos” (Hageo 2: 4)
“El trabajo no es, principalmente, algo
que uno hace para vivir, sin embargo, algo que uno vive para hacer. Cuando un
hombre o una mujer recibe un llamado para una tarea particular de un trabajo
secular, es como una verdadera vocación o como un llamado específico para un
trabajo religioso.” (Dorothy Sayers – Credo o Caos)”
He leído y oído, a través de los años, a
muchos diciendo: “Ore para que Dios me diera otro trabajo” o “He tenido
muchos enfados en mi trabajo” o “No aguanto más mi puesto de trabajo. Necesito
luego tener otro empleo”. Pero, no sería mejor, en vez de pensar en otro
empleo, preguntar a Dios “¿qué tu quieres de mí en este lugar?”; o “¿Que
puedo hacer aquí, en este puesto de tanta incomprension, para bendecir éstas
vidas y engrandecer el nombre de Jesus?”
Somos hijos de Dios, llamados para un gran
propósito. Y, cuando el Señor nos escoge, es un privilegio decir “Señor, sea
hecha tu voluntad en mi vida”. Cuando actuamos de esa manera, las vidas son
transformadas, los lugares son edificados, el infierno que parecía ser nuestro
trabajo se transforma en lugar de delicias y en campos de plena paz. Nuestros
colegas reciben la bendición de Dios y nosotros experimentamos momentos de
verdadera dicha.
A veces pensamos que apenas los
sacerdotes, los maestros y cada uno de los diversos líderes religiosos tienen
un llamado o una vocación. Pero, entre los legos y simples discípulos de
Cristo, existen personas que tienen talentos, la gracia y la unción del Señor,
una vida llena del amor de Dios, que son capaces de transformar empresas
enteras, calles enteras, el mundo entero. Al final, no es nuestra fuerza o
nuestra capacidad que va a hacer la obra, y sí el poder maravilloso e
inigualable de nuestro Senor, Dios, y Salvador Jesucristo.
Si usted ha sido llamado por Dios para un
trabajo, sea religioso o secular, hagalo con mucho amor, y usted será muy
feliz.
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