jueves, 13 de octubre de 2011

Una percepción sobre el Infierno


El Infierno no fue creado por Dios sino por sus creaturas y su rechazo a Su Amor. Ese mismo Dios ama igualmente a quienes están en el infierno, pero Su amor se vuelve inoperante donde se le rechaza” (San Isaac el Sirio).


¿Por qué un Dios de amor iba a permitir que el Mal existiera, o condenar a algunos seres humanos a una eternidad de obscuridad e infierno?. A menudo es visto por muchos creyentes como que el Creador planeó un lugar de castigo desde el principio de la vida. Esto es un error. El pecado, la separación y el infierno eterno provienen de la decisión del ser humano de vivir separado del Señor Todopoderoso y de Su Amor hacia todo lo creado por Él. La elección es nuestra. Dios ama a cada persona desde siempre creada, pero al crear al ser humano Él no nos hizo como los robots programados para responderle con cariño y afecto. Su amor es tan grande e inescrutable que a nosotros se nos da la opción de aceptar y reciprocar ese amor con el nuestro o de rechazar tanto a Dios como a su amor. De forma irónica, el vivir separado de Dios de manera eterna es también un regalo. “El Paraíso es contemplar el rostro de Dios. El infierno es contemplar siempre el rostro de Satanás”.

Dios el Creador bendijo a la creatura humana con cuatro dones o regalos. Dos de ellos son nuestros, independientemente de cómo los usemos: la existencia y la vida eterna. Nosotros viviremos a lo largo de esta vida y en la eternidad según nuestro estilo de vida, independientemente de que reciproquemos el amor de Dios hacia nosotros o escojamos rechazarlo. Esto incluye los otros dones: el perdón de los pecados y la unión con Dios. Tenemos el libre albedrío, la libertad de escoger. Podemos arrepentirnos de los pecados y continuar hacia la unidad con el Ser (no creado) de la divinidad que se nos ha ofrecido, no como la misma esencia de Dios, sino a través de las energías de la Santísima Trinidad que llegan hasta nosotros.

¿Por qué una persona sensible decidiría no amar al Señor del amor? ¿Por qué no querría pasar la eternidad contemplando la belleza del rostro de Dios e irradiar Su Amor con el suyo propio, como la Luna refleja la luz del sol?. Sucede que el pecado repetido varias veces se convierte en un patrón que uno defiende y justifica, aún mofándose de los que viven para Cristo y luchan por servir a la Santísima Trinidad por medio de comportamientos amables y generosos actos hacia todas las creaturas sobre la faz de la tierra y aún a la tierra misma.

Por ejemplo, analicemos la parábola de Lázaro y el hombre rico, en San Lucas 16, 19-31. “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino fino y hacía banquete cada día con esplendidez. A su puerta yacía un mendigo llamado Lázaro, cubierto de llagas que ansiaba comer de las migajas que caían de la mesa del rico. Aconteció que el mendigo murió y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham y el rico también murió...y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él gritando dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama”.

El rico no tiene nombre alguno, ya que hay incontables personas como él. Nunca se percató de Lázaro fuera de su casa. Lázaro era simplemente algo para ser ignorado o no ser tomado en cuenta pero aún en el más allá, lo consideró como un potencial siervo al otro lado de la sima. “Envía a Lázaro...porque estoy atormentado”. Siempre el “Yo” tan importante, como si estuviera en la tierra. Nada de remordimientos, nada de arrepentimiento, ni siquiera la idea de cómo sucedió que él se encontraba lejos del “seno de Abraham”. Su única preocupación era solamente su familia todavía en la tierra. Otra petición: “Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre” (versículo 27).

Abraham rechazó el pedido. Los cinco hermanos habían tenido tiempo de sobra para arrepentirse, para estudiar a Moisés y a los profetas, y para cambiar sus caminos, pero no lo harían “aunque alguno se levantare de los muertos”. Toda una vida es suficiente tiempo para conocerse a sí mismo, evaluar los valores que realmente cuentan e importan y llegar a conocer a la Fuente del Amor, reciprocar ese amor que procede de la Santísima Trinidad para que se convierta en forma de vida y vida eterna.

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