lunes, 24 de octubre de 2011

El peligro del dinero


El dinero es un elemento neutral que no es ni bueno ni malo. Pero, una fuerte pasión por el dinero puede ser causa de un gran peligro para nuestras almas. El Señor creó a la humanidad para que esta lo amara pero, desde la caída, las personas han rendido su corazón a los deseos inferiores. El amor al dinero no sólo le roba a Dios su justo lugar en nuestros afectos, sino que también nos roba el contentamiento, abre la puerta a una serie de tentaciones y puede hacer que nos alejemos de nuestro Creador. Pero la cantidad ! de dinero que tenemos no es la causa del problema. La raíz  está en el deseo del corazón. Nunca parece que tenemos lo suficiente, no importa cuál sea nuestra situación económica. El atractivo del dinero promete placeres y seguridad, pero si  nos consagramos a la búsqueda de la riqueza, descubriremos que ésta no satisface, y que al final lleva a la ruina y a la amargura de espíritu.


En una ocasión dijo Jesús: “las preocupaciones de esta vida, el engaño de las riquezas y muchos otros malos deseos entran hasta ahogar la Palabra de Dios, de modo que esta no llega a dar fruto” (Marcos 4,19). Piense en una ocasión en que usted compró algo que realmente quería. Recuerde el placer que le produjo. ¿Siente usted todavía el mismo deleite, o ha disminuído el placer? La satisfacción de las posesiones es efímera y, por tanto, exige la búsqueda de más, en un esfuerzo por tener otra vez la misma sensación de satisfacción.
Solamente en Dios se hallan placer y seguridad permanentes.  Él nos da con abundancia todas las cosas para que las disfrutemos, pero si dejamos que sus bendiciones se conviertan en nuestro principal deseo, perderemos nuestra felicidad. El apóstol San Pablo escribió en la primera epístola a Timoteo: ” ...a los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos” (1 Tim. 6,17). Busque al Señor en su Palabra y mediante la oración; al aprender cómo deleitarse en Él, su alma tendrá una satisfacción constante y verdadera.

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