Un sacerdote latino, graduado de Teología en Roma, al igual que de
otras ciencias y conocedor de lengua griega, viajaba por el Asia Menor
intentando proselitizar gente ortodoxa. Llegó a Nuevo Éfeso, también conocido
como Kousadaci, adonde vió una larga muchedumbre de ortodoxos abordando una
pequeña embarcación con rumbo a Jerusalén para la peregrinación al Santo
Sepulcro.
Creyendo que la situación era perfecta para sus intenciones,
decidió subir a bordo y viajar con ellos con la esperanza de poder proselitizar
a muchos y tener éxito en sus planes. Una vez a bordo de la embarcación, lo
primero que se propuso fue conquistar, por medios sinuosos y lisonjeros, los
corazones de su audiencia y por consiguiente sembrar la semilla de sus
creencias malignas.
Comenzó
haciendo creer que estaba impresionado por los peregrinos que, por amor a
Cristo, dejaban atrás sus tierras, familias y trabajos por un tiempo, sin
importarles el dinero, el costo, las dificultades y los peligros y sin ningún
interés de ganancia personal decidieron emprender ese viaje, únicamente por
amor a Cristo para venerar Su santa tumba.
A
continuación, y luego de trabajar con los corazones de sus oyentes de manera
que fuera bien recibido, expresó su profunda pena al decir: “Ustedes, los
griegos, que se hacen llamar ortodoxos, que son tan buenos y respetuosos de
Dios porque no tienen un clero culto sino un clero sin preparación ni
experiencia, han caído en las falacias y las creencias equivocadas y hasta se
oponen al espíritu del evangelio. Sus sacerdotes inexpertos les han separado de
nuestra Iglesia Occidental, dominada por el Papa, el único jefe del resto de las
iglesias y quien mantiene firmemente las tradiciones apostólicas y evangélicas,
y ustedes desafortunadamente caen en las falacias y serán castigados
inmisericordemente. Recibirán bendiciones si me escuchan y rechazan esta
terrible falac! ia y oyen lo que les voy a enseñar, que decidí viajar con
ustedes y pasar por estas dificultades solamente por vuestra salvación. Por lo
tanto, si me escuchan, que sin duda lo harán, no sólo serán bendecidos sino que
también sus hijos recibirán educación gratuita. Para aquellos que son pobres,
el tesoro del Papa es abundante y les proporcionará generosamente lo que
necesiten. Pero sin embargo, en caso de ser difícil que ustedes abandonen las
viejas costumbres como el bautismo, la oblación con levadura, la procedencia del
Espíritu Santo solamente del Padre, y todo lo demás que la Iglesia Ortodoxa
sostiene con piedad, todo esto, gracias a la indulgencia de nuestro Santo Papa,
lo pasaremos por alto si conmemoran el nombre del Papa, porque la bendición de
Su Santidad basta para llevarlos al paraíso”.
Esto,
y muchas otras cosas más, les decía de forma similar el talentoso charlatán y,
aunque todos esos cristianos que allí estaban no tenían preparación académica y
eran inexpertos, la gracia del Espíritu Santo no les dejó que aceptaran las
palabras huecas del astuto cura latino. Sabiendo que él era un real papista, se
entristecieron y se disgustaron mucho por no haber allí ninguno de sus teólogos
que pudiera callar su ilimitado cotorreo, ya que especialmente algunos débiles
en la fe comenzaban a dudar.
Pero
aconteció que un sencillo sacerdote, de avanzada edad y desaliñado en la
apariencia y en el vestir, estaba viajando entre ellos. Él parecía el más
grosero de todos y daba la impresión de esos sacerdotes a los que el
vanaglorioso y educado Capuchino acusaba sin piedad.
Cuando
el renombrado latino le vio, dijo frente a todos:” ¡He aquí a vuestro
sacerdote!. De este leñador e ignorante, ¿qué consejo propio o eclesiástico
ustedes pueden obtener?. No obstante, déjenle venir...así le tejo una buena comedia”, y estrechando su
mano a nuestro sencillo sacerdote, le invitó a acercarse a él diciendo con gran
pomposidad:” Venga, acérquese, padre hereje, así podremos discutir”.
La multitud, en cambio, al ver que el sacerdote se le acercaba sin
miedo alguno, se sintió herida y decía: “¡Qué calamidad! ¿Cómo es posible que
este sacerdote grosero se enfrente a tal
orador con talento?”.
El sacerdote ortodoxo, habiéndosele acercado con determinación y
aplomo, dice a este importante latino:” Desde hace un buen rato he venido
escuchando sus distorsiones y absurdas “sabidurías” y muchas veces quise
interrumpirle la habladuría que desbordaba de su boca pero mejor esperé oír
todas sus falsas creencias para luego, con pruebas lógicas y gráficas, mostrarle
dónde está la verdad, si en la iglesia occidental o en nuestra iglesia. Debido
a que hoy usted me invita llamándome “hereje”, le voy a pedir que me diga si la
palabra “cismático” es griega o latina”. Él respondió:”Es una palabra
griega”. El sacerdote luego dice:”Usted contestó correctamente. Ahora vé que
usted se llama a sí mismo “cismático”, porque si nosotros los griegos salimos
de ustedes a causa de las novedades en que cay! eron, debieron habernos llamado
mejor “cismáticos” con una palabra en latín. Por el contrario, y para su
conocimiento, son ustedes quienes en el siglo IX cayeron en diferentes herejías
obligando a la Iglesia Oriental de Cristo a apartarse de ustedes no fuera a ser
que nos trasmitieran el desastre de la herejía. Porque desde el principio
nuestra Iglesia Oriental guardó y todavía guarda la validez de la ortodoxia que
fuera predicada por los apóstoles y apoyada tanto por los siete Concilios
Ecuménicos como por los locales que se efectuaron después, con toda la piedad,
hasta el siglo IX, y sus Papas que estaban en común acuerdo con nosotros. Es
por eso que le llamamos con la palabra griega “cismáticos”, y por supuesto,
herejes. Que las mismas cosas confirman la verdad, aclaremos con los colores
más apropiados. Usted no puede negar, sabio señor, que su iglesia Occidental y
todos los Papas de ese periodo, desde los tiempos apostólicos hasta el siglo
IX, esta! ban en completo acuerdo con nosotros los del Oriente y que todas las
n ovedades e inexactitudes que aparecieron en la iglesia Occidental, a saber,
lo opuesto a la Biblia y las añadiduras ilícitas de la procedencia del Espíritu
Santo también del Hijo, aceptar la aspersión en lugar del bautismo, el uso del
pan sin levadura, la aceptación del fuego purificador del Purgatorio, la
inmaculada concepción de la Virgen, la autoridad secular, infabilidad y el
estado autocrático de los Papas, la privación de la comunión de la Preciosa
Sangre de Cristo a los fieles (por el reemplazo con la hostia) y todo lo demás
que se introdujo en su iglesia Occidental después de los siglos IX y X. Por el contrario, la iglesia
Occidental, mientras era una con la iglesia Oriental, guardó sin excepción todo
lo que guardamos con piedad y verdadera fé.
Para ese entonces, todos los santos Papas de Roma y el resto de los sacerdotes,
unánimes con la Iglesia Oriental, se reunían y trabajaban juntos en los siete
Santos Sínodos Ecuménicos y en los locales por medio de sus representantes o
las ratificaciones que daban con sus firmas. De ahí que hasta el siglo IX no
hubo novedades con los latinos y
estábamos sólidamente unidos.
Prueba de esta verdad es que nuestra Iglesia cada año celebra y
festeja a aquellos santos Papas y otros jerarcas Occidentales como lo fueron el
Papa Clemente de Roma, Silvestre, Inocencio, Celestino, León, Ágata y Gregorio el Diálogo, de quien recibimos el
servicio de los presantificados, y muchos otros santos jerarcas como León,
obispo de Catania, Gerónimo, Ambrosio y Agustín. Estos, como usted conocerá,
muy amado, no cayeron en ninguna de las innovaciones anti-evangélicas como
desafortuadamente ocurre con ustedes hoy día.
Si examina cuidadosamente, y sin apasionarse, todas las acciones de
los Padres, elegidos por Dios, tanto de los Siete Sínodos Ecuménicos como de
los concilios locales, verá que hasta el siglo IX ningún Papa o Jerarca de la
iglesia Occidental aceptó las cosas nuevas introducidas en la iglesia y
mencionadas anteriormente. No olvidemos que el Papa León III denunció esta
añadidura ilegítima (“y del Hijo”) y él mismo grabó de forma inalterada, y sin
añadidura alguna, el santo símbolo (el Credo) del I y II Sínodo Ecuménico sobre
puertas de plata, tanto en griego como en latín, no sólo por amor sino para la
protección de la Fé Ortodoxa. ¿Cómo respondes a esto, muy amado?.
Él contestó:” Ustedes, los griegos, malinterpretaron el verdadero
significado del lugar evangélico, que fuera descubierto por nuestros maestros
latinos que vivieron después del siglo IX, porque como ustedes dicen que el
Espíritu Santo es del Hijo y por el Hijo, entonces ¿por qué evitan decir “y del
Hijo”, cuando simplemente muestra la misma esencia?”.
El ortodoxo entonces dijo:”¡Qué despreciable engaño! Nosotros los
griegos decimos, damos a entender y predicamos que el Espíritu Santo procede a
través del Hijo. Si por la vía del argumento estamos de acuerdo con lo que
ustedes dicen tan irrespetuosamente, ojalá nunca suceda, que el Espíritu Santo
procede también del Hijo, entonces le estaríamos atribuyendo a la única Deidad
dos autoridades y dos causas, y se vería comprometida así la igualdad del
Espíritu Santo. Y esta enseñanza es una blasfemia imperdonable.
Escuche entonces, mi amigo, a lo que las lumbreras y maestros de la
Iglesia predican desde los tiempos apostólicos hasta ahora, los Trinitarios y
teólogos escolásticos. Ellos dicen que la trinidad de la hipóstasis de la
Deidad es una esencia y naturaleza y, por consiguiente, es digna de una honra y
una adoración, una gloria y un estado, a saber, un monarca y un poder. Y las
tres personas de la siempre presente y bendita Trinidad lo tienen todo en común
salvo los atributos hipostáticos y personales, es decir, la eterna existencia
del Padre, ya que el Padre es la fuente de la Deidad, según Dionisio el
areopaguita, produce el nacimiento eterno del Hijo y deja que el Espíritu Santo
proceda de Él.
Esta es la fé correcta de la Iglesia de Cristo, que recibimos de los
Santos Apóstoles y los Sínodos Ecuménicos y que ustedes, latinos, creyeron
hasta el siglo IX.
Olvidando el testimonio inequívoco de la mayoría, un testimonio que
fue dicho de boca de nuestro Salvador Jesucristo es el apropiado para hacer
callar aún al más hereje, ya que Él explícita y claramente dijo: “Cuando venga
el Consolador que yo enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del
Padre, Él dará testimonio de mí”.
Escucha, muy amado, ¿cuán bien expresado y con cuánta claridad Jesús el Dios-Hombre ha
mostrado la procedencia sólo del Padre? ¿Ve lo que dice? “A quién enviaré”
denota la misma esencia del Hijo con el Espíritu Santo, como es la esencia del
Padre, que da testimonio de que el Espíritu Santo es enviado igual que el Hijo
debido a la misma esencia, pero procede solamente del Padre. Es por eso que Él
añade: “a quién enviaré del Padre” porque si el Espíritu Santo procediese
también del Hijo, ¿qué le impediría a Jesús también decir: “y de mí”?.
Nosotros, mientras escudriñamos la Biblia, observamos que Jesús el
Dios-Hombre hablaba en parábolas sobre todo lo concerniente a los valores
morales y espirituales y que muchas veces evitaba decir “el Hijo de Dios”, para
decir “el Hijo del hombre”, y esto –como sabemos muy bien- lo hizo
anticipándose a los malvados fariseos; pero sobre el tema de las tres
hipóstasis divinas y una naturaleza y esencia del único Dios, y la eminencia de
la Divinidad, Él habló con franqueza al decir que Él es el Hijo y la Palabra de
Dios mientras que en otras ocasiones
dijo: “El Padre y yo somos uno”, y “yo estoy en el Padre y el Padre está
en mí”, o “Padre... glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti”.
Y además: “Yo te he glorificado en la tierra y he completado la obra que me
diste que hiciera. Ah! ora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con
aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiese”. Todo esto Él lo
enseñó claramente para no permitirle a los herejes encontrar excusas para sus
mentiras y falsedades.
Anticipando también esas excusas, Él claramente expresó la procedencia
sólo del Padre.
Veamos ahora la introducción en su iglesia del bautismo por aspersión,
¿qué evidencia de ello podemos encontrar verdaderamente en el evangelio o en
los Santos Apóstoles y el resto de los Santos Padres, latinos o griegos?.
Porque en ningún lugar se encuentra el verbo “asperger” sino el verbo
“bautizar”, repetidamente proclamado en el Evangelio y en otros lugares de los
Apóstoles y de los siete Sínodos Ecuménicos, y nadie puede dudar que la novedad
introducida y contraria del bautismo por aspersión es dictada por el demonio
engañador, cuando claramente el Salvador predica a sus seguidores diciéndoles:
“vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo”, y de
muchas maneras prueba la necesidad del
Santo Ba! utismo. Y mientras sus santos seguidores estaban bautizando a las
naciones, el santo apóstol Pablo, la boca de Cristo, dice en su epístola a los
Romanos que “todos los que fueron bautizados en Cristo, fueron bautizados en su
muerte”, y en su epístola a los Colosenses dice: “Sepultados con Él en el
bautismo, en el cual fueron también resucitados con Él, mediante la fe en el
poder de Dios que le levantó de los muertos”.
Sobre las tres inmersiones, que representan el entierro por los tres días y la
resurrección de Cristo, como enseñan los santos Apóstoles y el artículo sobre
la Jerarquía eclesiástica, escrito por Dionisio el areopaguita y quien es su
sucesor directo, declara acerca de la triple inmersión –como lo recibió de los
apóstoles, “para los bautizados, la triple inmersión y el volver a salir a la
superficie, representan el entierro por tres días y noches de Jesús el Dador de
Vida”. El bautismo por triple inmersión no fue sino adoptado por Occidente
hasta el siglo XIII, como dan claro testimonio de ello los bautisterios que
todavía subsisten en las viejas iglesias de Italia.
Amado Capuchino, le acabo de probar la visión saludable de la Iglesia
Oriental y cuán lejos están ustedes de la visión ortodoxa.
Además, nuestra Iglesia, Santa, Católica y Apostólica, siguiendo el
ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo, realizó la Eucaristía por más de mil
años, tanto en el Oriente como en Occidente, con pan con levadura, como queda
testimoniado por los teólogos papistas más sinceros, pero la Iglesia Papista
del siglo XI había innovado aún hasta el misterio de la Eucaristía,
introduciendo la hostia sin levadura.
También la Iglesia de Occidente, siguiendo los siete Sínodos
Ecuménicos, admitía que los santos dones eran santificados por medio de la
bendición del Espíritu Santo invocado, con la bendición del sacerdote, según
atestiguan las mismas convenciones antiguas de Roma y Francia. Sin embargo,
formando parte de las arriba mencionadas novedades ofensivas e inadmisibles,
ustedes introdujeron la novedad despótica de la santificación de los santos
dones solamente por el pronunciamiento, por parte del sacerdote, de las mismas
palabras de Cristo en la última cena, de hecho, contraria a la Divina
Enseñanza.
La Iglesia Oriental, siguiendo el mandato del Señor: “Bebed todos de
él”, ofrece el Santo Cáliz a todos, mientras que la Iglesia Papista del siglo
IX y posterior a su caída, añadió otras muchas aberraciones como se
describieron anteriormente y, sin prejuicio alguno, cambió esto también al no
permitirle a los fieles comulgar del Santo Cáliz, contrario al mandato de
nuestro Señor, y la explícita prohibición
de muchos obispos anteriormente ortodoxos de Roma.
¿Y qué podemos decir, pues, del estupendo reclamo del Papa sobre su
Primacía y su Infabilidad?. Volviendo atrás a los Padres y a los Sínodos
Ecuménicos de la Iglesia de los primeros nueve siglos, sabemos que nunca el
Obispo de Roma fue aceptado como la suprema autoridad y la cabeza infalible de
la Iglesia, sino que cada obispo es la cabeza que preside su iglesia local, y
que solamente se somete a las decisiones sinodales y los mandamientos de la
Iglesia en general, según se muestra en la historia de la Iglesia, que dice
textualmente: “El arzobispo de Roma es igual al de Constantinopla, teniendo la
primacía según el rango solamente pero no vestido de supremacía.
He aquí lo que dice el cánon 28 del IV Sínodo Ecuménico: “Así como los
Padres reconocieron a la vieja Roma sus privilegios porque era la ciudad
imperial, los ciento cincuenta obispos reunidos decidieron concederle iguales
privilegios a la sede de la nueva Roma, juzgando rectamente que la ciudad que
se honra con la residencia del Emperador debe gozar de los mismos privilegios
que la antigua ciudad imperial en el campo eclesiástico”. De todo esto, queda
claro que las primacías tanto de los Patriarcados de Roma como de
Constantinopla se basan en el rango y no tienen ni la más mínima autoridad
sobre los otros Patriarcas.
La Iglesia Oriental Ortodoxa de Cristo, con excepción del Hijo y la
Palabra de Dios, nunca ha reconocido a nadie con infalibilidad en la tierra.
Aún el mismo apóstol Pedro, sucesor de quien ustedes se jactan en decir que fue
el verdadero Papa, negó al Señor tres veces y fue corregido por el apóstol
Pablo dos veces porque él se descarrió del verdadero camino del Evangelio.
También el Papa Liberio en el siglo IV había firmado la Confesión de
Arrio, Zósimo en el siglo V negó el pecado de los primeros padres (Adán y Eva),
Vigilo en el siglo VI fue condenado por el Santo Sínodo, y Onofrio en el siglo
VII cayó en la herejía de los Monofisitas. Todos estos eran Papas y fueron
condenados por los Sínodos mencionados anteriormente, mientras que sus
sucesores admitieron y aceptaron sus convicciones.
Se ve bien que, como lo dice la historia de la Iglesia, todos aquellos
que desearon ser los inventores de nuevos dogmas, para ser glorificados,
cayeron en diferentes creencias falsas y absurdas. Por lo tanto, los Latinos
innovadores debido a sus invenciones, han caído miserablemente en los reclamos
autocráticos del Papa Nicolás, que cultivó los falsos sarmientos para
consolidar sus arbitrarias aspiraciones. Desde entonces, los reclamos
personales diseminaron otros inventos raros y falsos, como el Purgatorio, que
es completamente ajeno y desconocido para la Iglesia, los méritos de los santos
y su distribución a los necesitados, la total restitución del justo antes de la
resurrección y el juicio común, y otros inventos similares. Y finalmente, lo
inaudito del dogma de la inmaculada concepción de la Virgen, desconocido en la
Iglesia primitiva, porque la Iglesia Orto! doxa en general cree y predica
piadosamente que sólo el Salvador Jesús, Dios y Hombre, nació sin pecado
original, mientras que la doncella y Virgen que estuvo dentro de la ley
natural, nacio como todas las personas.
Además de los anteriores inventos que, ya se ha probado que son el
producto del viejo y tramposo demonio, ustedes se traicionan a sí mismos sin
saberlo, y permítale decirle, los más viles de los falsos maestros, porque
ustedes tratan de engañar a las personas más sencillas con toda clase de promesas
sueltas, creyendo que todas son lícitas y necesarias para la unión, con tal de
que reconozcan al Papa como el supremo e infalible soberano que tiene dominio
sobre todas las iglesias, y el único representante de Cristo en la tierra y
fuente de todas las gracias.
Y ahora te pregunto,¿qué
apóstol y maestro de la Iglesia, o jerarca, grande o pequeño, jamás se atrevió
a predicar no sólo tales creencias antievangélicas sino a hablar como un
papagayo tales cosas inadmisibles?.
Y ya que ustedes, los adoradores del Papa, nos llaman herejes
orientales y falsos creyentes, ¿por qué ahora nos perdonan e ignoran nuestras
falsas creencias, si somos capaces de declarar a su Papa como el supremo e
infalible soberano de todas las iglesias?.
Si nuestro Señor Jesucristo no le concede el más mínimo perdón a
quienes blasfeman contra el Espíritu Santo, ni en el tiempo presente ni en el
futuro, cualquiera que quebrante uno de sus mandamientos más pequeños, y así
enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en Su Reino, o el que no se
vista con el traje de bodas y tenga la verdadera fe, será desechado por el
Novio y por cuanto los Sínodos Ecuménicos convocados por Dios expulsan a los
herejes con la excomunión, ¿cómo es posible que usted tan irrespetuosamente
ignore nuestras falsas creencias, creyendo que por el simple hecho de
inclinarnos ante el Papa y aceptando su infabilidad, va a ser suficiente para
que recibamos la salvación?.
Esto prueba, sin necesidad de decirlo, que la Iglesia latina es
totalmente antievangélica y ajena aún a cualquier lógica. Sin embargo,
nosotros, guardamos celosamente y sin cambio alguno la antigua enseñanza de la
Iglesia; si ustedes desean unirse con nosotros, como también deseamos la unión
de todas las iglesias, le mostraremos con amor que todo se puede hacer a través
de la economía, o sea, según la discreción. Donde sea dañino, pues, a lo que
tenga que ver con el dogma, no podemos sucumbir porque nos opongamos a las
directrices de todos los Sínodos ecuménicos. No traerá esto como resultado una
Unión sino una oscura derrota a costa de la ortodoxia. Por eso, occidentales,
para que se nos unan a nosotros, deben abrazar a nuestra primera y
representativa Iglesia, rechazando las adiciones difamatorias de “ y del Hijo ”
en el Credo, rechazar el bautismo por! aspersión y aceptar el Santo Bautismo
con las tres inmersiones, el pan con levadura, rechazar el Purgatorio, la
impecabilidad y el absolutismo del Papa, la inmaculada concepción de la Virgen
María, y todo lo demás. Entonces podrá haber una unión en Cristo, lo que busca
sinceramente el mismo Evangelio y el placer de la santísima voluntad de nuestro
Salvador Cristo.
Para concluir con todo lo que ya se ha dicho hasta ahora, con un
ejemplo para demostrar a quién pertenece el cisma, te daré el siguiente ejemplo”,
e
inmediatamente le pidió que le trajera un pedazo de papel. Tomando el papel en
su mano, el sacerdote le dijo al romano frente a todos: “¿Ve usted este
pedazo de papel?. Todo este papel, como lo ve ahora, es como la Iglesia de
Cristo. Mientras estábamos unidos, éramos indestructibles e inseparables. Pero
cuando, por causa de la maldad del viejo y astuto diablo, las invenciones de
las que hablamos antes entraron a la Iglesia Occidental, obligando a la Iglesia
Oriental de Cristo a separar contra su voluntad a la Iglesia Occidental para
salvar así a los seguidores de Cristo” , e inmediatamente rompe el pedazo
de papel en dos pedazos diciendo: “he aquí el papel que fue dividid! o en
dos pedazos, una mitad del mismo es la Iglesia Oriental de Cristo que permaneció
inalterable, guardando la antigua enseñanza y la Ortodoxia, la cual será
preservada por todos los siglos, firmemente agarrada en los cimientos
indestructibles de la Fe. La otra mitad del papel, que representa a la Iglesia
Occidental, la que no permaneció igual después de ser desprendida, sino que
continúa siendo hecha pedazos por
otras herejías. Aquí hay un pedazo roto por los “Luteranos”, e
inmediatamente el anciano sacerdote rasgó una tira del papel. “También los
Calvinistas”, y rasgó otra tira, y de igual forma continuó rasgando muchas
más, como ejemplo de los Puritanos, los Racionalistas, los Cuáqueros, los
Metodistas, los Mormones y todo el resto, que fueron rasgados del papel
representando a la Iglesia Occidental. Al rasgar una tira de papel por cada una
de las antes mencionadas herejías, el sabio s! acerdote local demostró así
quiénes eran los verdaderos cismáticos .
El mismo romano, conociendo todas esas verdades, y sin poder discutir
nada sobre la verdad, se retorció en cólera y grandemente ofendido, se retiró.
Los cristianos allí quedaron enormemente complacidos y dieron gracias
a Dios, besando la mano del buen sacerdote, alabándole y burlándose del
derrotado. Pero él, sin embargo, como verdadero sacerdote del Altísimo, les
aconsejó según el evangelio, no alabar a nadie ya que toda la alabanza le
correspondía a Dios, de quien procede todas las buenas dádivas. Es más, el
sacerdote insistió a todos en la embarcación a no atreverse a ofender en lo más
mínimo al cura romano, sino a servirle en todas sus necesidades tanto físicas
como morales y, si él deseara como hombre sencillo aceptar la confesión
ortodoxa, se le suministrara -tanto como fuera posible- todos los medios de
salvación disponibles.
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