Hace
poco hemos sido testigos presenciales del avivamiento de las pasiones sobre el llamado “matrimonio del mismo sexo”. En esas
jurisdicciones donde tales “matrimonios” han sido aprobados (San Francisco,
Portland, DF.) han habido manifestaciones, protestas a favor y en contra, aún
hasta arrestos. A la misma vez, la abrumadora mayoría de los estadounidenses,
habiendo sido educados en la tolerancia, contemplan todo esto con perplejidad.
Las pantallas de televisión y los periódicos están saturados de imágenes de
hombres dándose besos apasionados y la anécdota de dos mujeres mayores que han
pasado su vida entera viviendo juntas, a quienes ahora se le han otorgado esos
“mismos derechos humanos” que han tenido las parejas tradicionales.
Por
otra parte, habiendo logrado ya la división de la iglesia y el estado, los
movimientos protestantes de repente están llamando a los jueces y políticos a
prestar atención a lo que está escrito en la Biblia, o al menos, a no romper
con las tradiciones cristianas de siglos atrás.
Y
nosotros, ¿qué tenemos que ver con este alboroto? No quiero dar una opinión
sobre la posición que toman los “gays” al decir que ellos nacieron así y no
pueden hacer nada al respecto pero, si nos volteamos al reino animal, encontramos
que la homosexualidad es la clara salida
del “orden natural de las cosas” (¿qué pasaría si Tobby amara a Puppy y
no a Lassie). Una genealogía “gay” así, rápidamente se extinguiría en la
naturaleza.
No
es justo que sobrecargue al lector de este artículo con citas de la Biblia, que
claramente habla de la homosexualidad o hace un recuento de la historia de
Sodoma y Gomorra. La gente de fe conoce muy bien la Biblia aún sin recordatorio
alguno, y citarle la Biblia a los ateos no los convencería para nada, pero
vayamos a la esencia del asunto: ¿Qué es el matrimonio y cuál es su lugar en la
sociedad occidental contemporánea?
Primero
refirámonos a la llamada “privación de derechos” de los homosexuales. No es
difícil ver que todas sus declaraciones sobre los problemas asociados con la
visita a los enfermos y el seguro médico no son sustanciales; estos “problemas”
hipotéticos pueden y deben resolverse sin enmiendas constitucionales ni
legislaciones sobre el matrimonio. La única pregunta digna de consideración es el
mismo “derecho a casarse”. Pero no hay tal derecho, ni en la naturaleza ni en
la sociedad. Uno tiene el derecho a la vida, el derecho al trabajo, el derecho
a votar y también el derecho a mancillar a alguien o a algo (la tan llamada “libertad de palabra”), pero ¿derecho a
casarse? En los Estados Unidos, el matrimonio es más un privilegio que un d!
erecho: para casarse (igual que para conducir un coche o ir de pesca) se
necesita de una licencia, mientras que el “derecho de hablar libremente” no la
requiere.
¿Qué
es el matrimonio? En la sociedad occidental (tanto civil como religiosa), el
matrimonio es el nombre del contrato entre dos personas. Este contrato es el
medio de expresarse mutuas promesas tales como “Te amaré siempre”, “Yo
también”, “Te dejo la casa cuando nos divorciemos”, “Te puedes quedar con el
coche”.
El
contrato de matrimonio se hace ante testigos –ante Dios, un predicador o u
juez. Y como pasa con cualquier contrato, el contrato de matrimonio asume la
posibilidad de su anulación, por ejemplo, si una parte o la otra viola las
condiciones del mismo.
En
la cultura protestante o evangélica no se puede apreciar de qué forma un
matrimonio civil es diferente a un matrimonio por la iglesia, ya que tanto en
uno como en el otro, los “ingredientes activos” son dos personas que se hacen
varias promesas, y es por esta misma razón que la decisión de las autoridades
civiles para extender certificados de matrimonio a los homosexuales es recibido
en el mundo protestante como el intento por acabar con la institución del
matrimonio.
De
cierta manera, ellos tienen razón. El hecho es que la base de toda cultura es
la religión, que determina los límites de lo que se debe o no permitir. De
hecho, ¿qué lógica temporal puede explicar la prohibición a que un hombre se case
con diferentes mujeres o viceversa? Si desean hacerlo, entonces ellos “nacieron
así”. ¿El gobierno civil tiene el derecho de suprimir los derechos de los
polígamos? Pongamos a un lado el asunto del matrimonio “hipotético” del señor
John Doe con la perra Lassie, ya que la sociedad simplemente no lo permitiría
por el momento, aún cuando esto significara suprimir los derechos de los
zoófilos (los que tienen sexo con los animales). Pero los pedófilos pueden
probar abrir aún más la grieta del sistema judicial y declarar que ningún
hallazgo científ! ico muestra que la expresión de “amor” tiene algún efecto en
el desarrollo de un niño. Y de hecho, en la India, los matrimonios son
frecuentemente realizados con edades entre los 10 y 12 años; hace poco hubo un
matrimonio en Gaza, cerca de Cisjordania, donde las niñas oscilaban en edades
entre los 5 y 8 años, y esa es la forma de vida de los hindúes y los
musulmanes, y particularmente entre estos últimos ya que el libro sagrado de
ellos, el Corán, dice que es mejor que las chicas vean por primera vez su
menstruación en casa de su esposo ya que
de esta forma los padres de ellas tienen un lugar reservado en el cielo. En
Rusia, en épocas pasadas, niñas de edades de 14 y 15 años se casaban y tenían
prole.
La
sociedad estadounidense contemporánea no puede hallar una buena respuesta a
esto en el campo de la Jurisprudencia: la Jurisprudencia no puede contar con
esas evidencias no científicas como “moralidad”, al igual que la ciencia no
puede prohibir el matrimonio entre las cazuelas y las vajillas de la cocina.
Uno
realmente no puede contar con el campo de la moralidad ya que siempre depende
de la religión, por lo tanto no puede haber otra base. Dejada sin apoyo alguno,
la moralidad se convierte en inmoralidad. Y aquí no ayudan los valores humanos
“míticos” porque simplemente no existen. En las sociedades estrictamente
musulmanas, por ejemplo, los homosexuales son simplemente exterminados,
mientras que la poligamia y lo que Occidente considera pedofilia, florecen
allí.
La
cuestión del asunto es que la cultura occidental europea, desde tiempos
remotos, fue cristiana y por esta razón las leyes y las tradiciones están
basadas en la religión, las cuales hasta hace poco no necesitaban ser aclaradas
o defendidas. Desde el momento de la separación de la iglesia y el estado, este
último está sufriendo una gradual descristianización o secularizacion, cuando
lo que queda de valores y tradición cristianas (por ejemplo, oración en las
escuelas, símbolos cristianos, matrimonios tradicionales, etc.) están siendo
uno tras otro atacados por los tribunales y eliminados, ya que no hay cimiento
para ellos en una sociedad impía.
¿Cómo
debe la Iglesia tomar esos cambios en el mundo de hoy? En opinión de
muchos teólogos, todos estos cambios muestran la apostasía, la
decadencia y los procesos irreversibles de la corrupción de la sociedad. Las
palabras del diácono A. Kuráev, profesor de la Academia Teológica de Moscú, la
historia temporal culminará con el cristianismo casi derrotado por completo,
con el triunfo del mal y el reino del Anticristo (similar a como la vida
terrenal de Cristo terminó con el triunfo del diablo y los Teocidas –los que
matan a Dios), antes de la Resurrección y la venida del “día sin víspera” del
Reino de los Cielos.
Pero
mientras tomamos esto en cuenta, debe notarse que es difícil permanecer
indiferente a estar viviendo como en Sodoma y Gomorra. Todo cristiano
no puede sino tener una reacción negativa cuando todo lo que es santo está
siendo pisoteado y humillado, cuando las mismas bases de la vida cristiana,
construida por los cristianos a través de los siglos, y viajando por la senda
de la cruz hasta nuestros días, está siendo arrasado.
Para
destruir –no construir- no se necesitan siglos. Debemos pensar en nuestros
niños y protegerlos con todas nuestras fuerzas de todo lo que destruye el alma.
Si alguien le da a nuestro niño una botella de veneno, ¿no saltamos y gritamos
y tratamos de quitársela de la mano? ¿Cómo puede uno quedarse tranquilo mirando
el veneno que se derrama sobre las almas de nuestros niños sin hacer nada?
Debemos temerle no solamente a quienes destruyen la carne, sino a quienes pueden condenar el alma a la Gehena
eterna. Es bien difícil educar a un niño en el espíritu cristiano en una
sociedad donde “todos los caminos son iguales, escoge el que más te gusta”.
Intenta, por ejemplo, explicarle a Johnny por qué él no puede orar en la
escuela, pero tú puedes! meditar por qué el yoga se enseña en la universidad y
la Oración de Jesús no. A esto, trata de añadir el por qué en la sociedad
contemporánea es normal y permisible por la ley no sólo que Peter y Mary se
casen, sino que Peter se case con Billy y Mary con Ellaine.
A
propósito, sobre el matrimonio: es específicamente la institución del
matrimonio Ortodoxo la que continúa sin alteración. El matrimonio Ortodoxo es
diferente del matrimonio de tipo “occidental”. Nuevamente, el
matrimonio occidental es un contrato; el Ortodoxo es un Misterio (sacramento),
o sea, es uno de los Misterios de la Iglesia Ortodoxa, como son el Bautismo, la
Comunión, etc. Por esta razón no son los que entran en el matrimonio quienes
realizan el Misterio, porque durante el servicio ellos no se prometen nada –ni
a Dios, ni el uno al otro- sino que es Dios mismo quien lo realiza. Es decir,
que los recién casados dan los primeros pasos hacia el altar, “bajo la corona”,
pero el Misterio ocurre no por ellos sino sobre ellos.
Compara,
por ejemplo, el Misterio de la Eucaristía. La persona que toma la comunión no
transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que
respetuosamente se acerca al cáliz y acepta los Santos Dones. Desde luego, el
que participa de la Comunión no es un objeto inanimado sobre quien ocurre
alguna acción –es un participante activo, pero él no es quien realiza la
acción. En el protestantismo, la Comunión es rebajada a un puro acto simbólico
de los protestantes mismos, quienes tragan una galleta y toman jugo de uva,
lanzando el recordatorio a la basura, mientras Dios mismo –en cuya “memoria”
esto es realizado- no juega ningún papel en esta acción. Lo mismo se aplica al
matrimonio. El matrimonio Ortodoxo es una unión de gracia, bendecido por Dios,
mientras que el mat! rimonio civil o protestante es una acción tomada por los
mortales y por esa razón es sin gracia. A menudo, este tipo de matrimonio se
considera ilegal en la literatura Ortodoxa, y no es más que el convivir en
pecado. Claro está que esta determinación se aplica solamente a los cristianos
Ortodoxos no casados. Declarar que una persona no Ortodoxa peca porque no toma
la Comunión, no realiza la confesión y convive en unión civil sin gracia, no
tiene sentido –el problema va mucho más allá que eso.
Y
aunque la Iglesia denuncia severamente a los “gays”, ella no tiene
nada que ver con los matrimonios homosexuales, estrictamente hablando; no hay
nada inusual sobre la actuación impía en una manera depravada. Es más exacto
decir que las uniones civiles no tienen conexión alguna con la Iglesia, sus Misterios o instituciones.
Como
uno que está en servicio dentro de la Iglesia, deseo llamar la
atención de todos los cristianos, especialmente de aquellos que viven
en “sitios candentes” para que no se
turben ni confundan por la aparente victoria del ateísmo en el mundo, y luchen
contra ello mostrando una actitud mas estricta hacia ellos mismos, hacia la
vida espiritual de ellos, para que se protejan y protejan a sus niños de la
corrupción mundana por medio de los Misterios de la Iglesia y que no pierdan la
esperanza; aún en Sodoma y Gomorra, que fueron infectadas con el pecado, Lot
pudo protegerse y proteger a su familia de esta enfermedad. ¡Cuánto más fuerte
no será la esperanza de nuestra salvación, si no tenemos a un embajador, ni a
un ángel, sino al! mismísimo Señor!
Y
si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
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