Qué haría usted si
alguien lo acusara hoy de algo que no hizo? O si fuese despedido de su trabajo
o disciplinado por su iglesia por acciones que no cometió? O tal vez,
simplemente, si fuese juzgado injustamente por sus amigos? Qué actitud deben
tomar los cristianos cuando enfrentan situaciones así?
El apóstol Pablo sabía muy bien lo que era no ser comprendido. Él escribe:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús… [quien]
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Fil 2.5-8). Jesús eligió convertirse en un siervo para que nosotros pudiéramos
tener vida eterna. Este era el plan de Dios para Él. Sin embargo, Pedro no
podía entender la conducta abnegada del Mesías, por lo que la rechazó. Él protestó,
diciendo: “En ninguna manera esto te acontezca” (Mt 16.22). El orgullo del
pescador no le permitía entenderla, y esto lo llevó a reaccionar de manera muy
diferente a la que Cristo deseaba.
“¡Quítate de delante de mí, Satanás!”, fue la respuesta inmediata de Jesús, que
dio en el centro del problema de Pedro. La verdad de Dios siempre da en el
blanco. El orgullo y el deseo de Pedro de ver a Jesús convertido en un rey
terrenal había aflorado, y el Señor sabía que tenía que abordar el problema de
frente: “Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino
en las de los hombres” (v. 23).
Tiene usted la actitud correcta cuando se trata de seguir a Cristo? Pedro tuvo
que renunciar a sus deseos personales y a su egoísmo. Pablo tuvo que someterse
al Señor, y renunciar a su pretensión de tener una posición respetable en la
sociedad. La humildad en la vida del cristiano es señal de grandeza, no porque
brille cuando es humillado, sino porque el Señor brilla a través de él cuando
se somete a su voluntad.
Tal vez usted enfrenta una situación difícil, y no entiende por qué Dios ha
elegido ese camino para usted. Permítale usar este tiempo en su vida para
enseñarle a ser humilde. Pedro hizo esto; descubrió que una vez que la humildad
lleva a cabo su obra perfecta, Dios nos exalta en el momento oportuno (1 P
5.6). La bendición sigue a la obediencia de un corazón humilde.
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